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Omar Fonollosa: “Quien lee poesía sabe cuidar la palabra”

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Entrevista realizada por Alba Ortubia

La creencia de que las nuevas generaciones ya no disfrutan de la literatura está muy extendida entre la sociedad actual. Por suerte, jóvenes como Omar Fonollosa son el vivo ejemplo de lo erróneo de ese pensamiento. Estudiante de filología hispánica, el poeta zaragozano de 22 años ha sido el último ganador del Premio Hiperión, uno de los galardones más prestigiosos en el campo de la poesía.

Los niños no ven féretros es el poemario triunfador, una reflexión sobre el paso del tiempo a través de los ojos de quien abandona la infancia. Este no es el primer poemario de Fonollosa. En 2019 publicó Desde la más estricta soledad, un libro en el que ya refleja su inmensa pasión por la escritura. Su vocación y las claves de su éxito son algunos de los secretos que ha confesado para Entremedios

¿Cómo entraste en el mundo de la poesía y la escritura en general?

Empecé a escribir a los 10 años porque mis padres pusieron en el coche la canción “Ruido” de Sabina. Me gustaron mucho su voz rota y sus rimas aunque no entendía de qué hablaba la canción. Entonces, me pasé las cuatro horas que duraba el trayecto con la canción en bucle. Cuando llegamos al destino imprimí la letra y la memoricé. Desde entonces he intentado escribir asimilándome lo máximo posible a ella.

Lo primero que escribí fue un soneto, muy mal hecho, pero que rimaba. No hay cantautor ni poeta que me guste más que Joaquín Sabina. Incluso he hecho el TFG sobre el espacio y la influencia del tango en su obra.

¿Crees que de no haber sido por Sabina habrías comenzado a escribir igualmente?

Fue él, eso lo tengo absolutamente claro. Probablemente sí es algo que habría empezado a hacer porque me apasiona desde siempre pero no habría comprendido tan pronto la vocación de la escritura.

¿Consideras que la carrera de filología hispánica cubre las inquietudes de un amante de la literatura? ¿Es lo que te esperabas?

Inicialmente quería estudiar periodismo, y lo tuve muy claro durante toda la secundaria. Sin embargo, en bachiller tuve una profesora de latín y griego a la que me gustaba preguntarle la etimología de ciertas palabras. A base de charlar con ella me preguntó si había pensado hacer filología, carrera de la que desconocía su existencia. Finalmente me convenció. Los primeros cursos tuve que adaptarme a las nuevas asignaturas y la enseñanza en la pandemia. A pesar de que no todo fue como me esperaba, si volviera atrás en el tiempo escogería filología hispánica de nuevo.

Por desgracia, el desprecio hacia las humanidades está a la orden del día. ¿Alguna vez has sentido que tus logros se han infravalorado por culpa de ese menosprecio?

Procuro siempre elegir bien a las personas a las que les cuento mis logros porque sé que se alegran como yo. Si es cierto que las humanidades siguen estando completamente desprestigiadas y es algo ilógico porque las letras son la base del conocimiento. Y este problema en lugar de mejorar, se agrava.

Las personas que desprestigian tus logros en el ámbito de las letras son las primeras que escuchan música triste cuando están deprimidos y no se dan cuenta de que el arte, en su inmensa mayoría, está ligado a las humanidades, y es a lo que recurres cuando el resto te falla. Esas personas deberían hacer un proceso de autocrítica y analizar sus prejuicios.

¿Cuáles son tus mayores referentes? ¿Y apoyos?

Cuando empecé a escribir, lo primero que hice fue abrir un canal de YouTube. Era curioso porque no se lo conté a nadie y recibía comentarios de apoyo de mucha gente de Argentina mientras que mis amigos no tenían ni idea. Tuve que superar esa especie de barrera y de vértigo primerizo. Después, mis amigos se han convertido en mi mayor apoyo por encima de todo, además de mi familia. De hecho, el libro está dedicado a “las amistades y familia que me sostienen”.

¿Qué diferencias encuentras entre tu primer libro “Desde la más estricta soledad” y “Los niños no ven féretros”?

Muchísimas. El primer libro está fatal escrito. No me avergüenzo porque son mis orígenes, pero poéticamente están todos muy mal construidos, no se salva ni uno. Independientemente de si me hubiesen dado o no el premio, yo he visto una evolución positiva en la forma de estructurar y cuidar el lenguaje. El verano de 2021 lo pasé con horario de oficinista corrigiendo mis poemas. Eso se ha visto recompensado por el premio y también ha supuesto un punto de inflexión con el poemario anterior.

A nivel temático, ¿has notado ese mismo cambio abismal?

La forma ha cambiado radicalmente y el fondo también ha experimentado una madurez. El primer libro solo trataba el desamor mientras que el segundo lo vertebra el paso del tiempo. Aunque a mí lo que más me gusta es escribir de amor y desamor, he conseguido introducir otro tipo de poemas.

¿Piensas que es cierto que los niños no son capaces de asumir una muerte? ¿Es a eso a lo que te referías en el título?

Un día acudí a un entierro y vi como un niño pequeño señalaba al ataúd y preguntaba qué era, a lo que su padre le respondió que se trataba de “un nuevo dormitorio”. El dolor que me causó esa frase me hizo cambiar el nombre del libro a “Los niños no ven féretros”. Creo que no hay que esconder la muerte a los niños pero sí darles explicaciones en los momentos adecuados y con las palabras precisas para que lo puedan comprender.

¿Qué crees que puede aportar escribir o leer poesía a los periodistas y escritores?

Es cierto que se nota mucho cuándo un escritor lee poemas. Quien lee poesía sabe cuidar la palabra. La precisión a la hora de escoger las palabras y las estructuras sintácticas es mucho mayor.

Ganar un premio tan importante ha supuesto una revolución en tu vida. ¿Cuáles han sido las mejores experiencias que has vivido gracias a tu triunfo?

La verdad que desde el día después de ganar el Premio he vivido experiencias increíbles. He conocido a poetas que siempre he admirado como Aurora Luque, Benjamín Prado y Luis García Montero. Este último incluso leyó un poema mío en el acto inaugural de San Millán de la Cogolla. También fui a la feria del libro de Madrid y tenía delante firmando a Rosa Montero, al lado a Santiago Userón. Ellos tenían unas colas kilométricas pero yo tampoco dejé de firmar en toda la mañana, fue increíble. Además, la gran acogida que Los niños no ven féretros ha tenido entre los lectores me llena de felicidad.

¿Cuáles son tus próximas citas?

En noviembre y diciembre presentaré el libro en varios institutos y acudiré a recitales. Ya tengo algunos eventos programados para febrero y aún me quedan otros por concretar. Lo que tengo claro es que no voy a dejar de escribir.

 

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