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The Game Awards: demasiada purpurina

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Autor: Jesús Aina

Una gala internacional sobre los videojuegos que debería aplicarse el mantra de menos es más.

Mucho ruido y pocas nueces. Otro año más ese es el resumen de los Game Awards. World premiere tras world premiere, se sucedían tráileres insulsos y sorpresas indiferentes, retrasando lo que todos queríamos saber: cuál era el juego del año del 2021. He de admitirlo, alguna que otra vez sí me quedé ojiplático frente al monitor. Y por esas pequeñas perlitas valió la pena trasnochar para ver la ceremonia,  que se transmitió el 9 de diciembre en directo para todo el mundo por internet desde el Microsoft Theater de Los Ángeles.

En un intento de disipar ese pesimismo inicial, comenzaré rescatando lo positivo de los Game Awards. Qué mejor manera de hacerlo que comentando en primer lugar la joya de la corona: el GOTY. Cuando se anunciaron los nominados a juego del año tenía sentimientos encontrados. Había jugado un par de los candidatos; y, de modo particular, Metroid Dread me había encantado. Pero he de confesar que los títulos seleccionados no me acababan de convencer.

It Takes Two.

No me malinterpretéis, son unas obras excelentes. Sin embargo cuando las comparé con los aspirantes del año pasado… Supongo que 2020 fue una rara avis en la que se aglutinaron títulos importantísimos, esperadísimos y demás «ísimos». No es un intento de desmerecer a los juegos del presente año, pero lo cierto es que no sentía especial furor por ninguno de ellos.

 Quizá pequé de vidente pronosticando que Samus se alzaría fácilmente con el triunfo, quitándole cualquier atisbo de emoción a la entrega. En cambio descarté con rapidez a It Takes Two. Que sí, que es un gran juego, ¿pero cómo iba a ganar el GOTY? «Veni, vidi, vici».  Escuchar su nombre me sacó de ese estado entre la lucidez y el adormecimiento en el que transitaba desde el ecuador de la gala. Una grata sorpresa que dibujó en mi rostro una sonrisa.

La alegría se agudizó cuando Josef Fares, el entrañable creador del juego, subió al escenario a recoger el premio con un júbilo y una naturalidad discordante con el impostado perfil del resto de la ceremonia. Un broche de oro que dejó un buen sabor de boca camuflando la mediocridad general de los Game Awards.

Entre el puñado de anuncios realmente interesantes de la noche, hay que destacar la espectacularidad de la secuela de Hellblade: Senua’s Sacrifice. Esta continuación, apodada Senua’s Saga: Hellblade II, presumió de un apartado visual fotorrealista simplemente espectacular. Boquiabierto y anonadado durante cada segundo del tráiler, me preguntaba fascinado cómo podían haber conseguido eso; y cómo se verá una vez que llegue al mercado. Sin duda, fue una de las grandes bazas de la noche.

Senua’s Saga: Hellblade 2.

¿Qué sería de una gala que se precie sin un número musical? Como no podía ser de otra manera, los Game Awards nos deleitaron con sendas actuaciones bastante entretenidas. Aunque Enemy e Imagine Dragons están en la cresta de la ola, fue la desarrolladora de Cuphead la que supo irradiarnos con su original canción. Primero porque su estética de principios del siglo XX es, simplemente, deliciosa. Segundo porque ¡ya era hora! Después de mucho esperar, el número musical anunciaba que ya queda poco para ponernos las botas. Una presentación repleta del humor característico del título nos revelaba que apenas quedan seis meses para disfrutar del DLC The Delicious Last Course. ¡Qué ganas de hincarle el diente!

Pero no todos los platos del menú fueron de sobresaliente. Los chefs no supieron encontrar el equilibrio entre los diferentes ingredientes. Digamos que, abandonando los términos culinarios, la gala de los Game Awards estuvo tremendamente desbalanceada. Se supone que la esencia de la noche son los premios y los ganadores, después van los anuncios de videojuegos, y más tarde la ornamentación. Adelanto que no fue ese el orden de importancia. Rellenaron las largas tres horas y media de retransmisión con floripondios irrelevantes y tráileres sin descanso, y privaron del protagonismo que merecían a muchos de los premios. Era habitual estar media hora sin conocer un ganador y que en menos de un minuto se despacharan cinco. Yo mismo me perdí una de estas oleadas de ganadores por haber ido a por un refrigerio. Indignante.

Cuphead: The Delicious Last Course.

Se podría decir que los Game Awards son la fiesta del videojuego, aunque cada año soy más receloso de esa denominación. Rocían la ceremonia de purpurina intentando que no se vea la costura, pero se hace evidente. No se molestan en disimular que los premios son completamente secundarios y que son solo un reclamo publicitario. Pocos serán los ingenuos que no lo vean, y personalmente entiendo que es indispensable la presencia de publicidad para costear el montaje. Pero también reclamo que, ya que organizan tal paripé para gasearnos con publicidad, se tomen más en serio el propósito de la noche.

Por favor, organizadores: den un tiempo mínimo para cada premiado en detrimento de la aparición de influencers intrascendentes o de intervenciones innecesarias. Solo pido que, si son los premios de los videojuegos, al menos sean los ganadores los verdaderos protagonistas.

Editora: Pilar Arruebo Pérez.

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