Entrevista realizada por Eduardo Ramírez Carazo.
Editoras: Mariola Conde y Elena Bandrés
Ainhoa Górriz Ciaurriz (Pamplona, 1999) es una fotoperiodista graduada en Comunicación Audiovisual recién escudillada que ha convertido este tipo de periodismo en un compromiso personal, desde las páginas de El Correo de Bizkaia, que es donde trabaja desde septiembre de 2021. El martes 11 de enero impartió un magnífico taller on line al alumnado de la asignatura de Fotoperiodismo de la Universidad de Zaragoza en donde, además de dar una visión sobre cómo se trabaja en el día a día, ofreció valiosos consejos para comunicar con la imagen. Dice sufrir mucho cuando ve que se publican fotos “cedidas” en los periódicos porque es cuando evidencia la gran falta de fotoperiodistas que sufren en los medios. Con 15 años, ya sabía que lo suyo era la imagen.
¿Por qué sufres cuando ve la palabra “cedida” en las fotos de los periódicos?
Porque el fotoperiodismo necesita nutrirse con una cantera que los medios no están cubriendo (me explico: no están atendiendo a las necesidades de las nuevas narrativas en medios de comunicación, algo que los jóvenes pueden ofrecerlo fácilmente porque es así cómo lo viven en su día a día. Es su jerga. Ejemplo: cuentan en stories cómo les ha ido el día y eso es una narrativa). Se da la paradoja de que los medios no encuentran fotoperiodistas (están desanimados en buena medida por ese discurso de ‘mejor dedícate a otra cosa’ y por eso, prefieren no arriesgar. Están en juego su futuro y su economía.) y esto está provocando un salto generacional muy importante en las redacciones. Del “boom” de los años 80 y 90, a lo digital ha sido un giro muy radical, que seguimos igual, sin saber muy bien hacia dónde va, con jubilaciones, fallecimientos. Hace poco falleció en Pamplona el fotoperiodista Luis Azanza y Pachi Calleja.Su hermano gemelo siguió trabajando meses después aunque creo que ya no está en ejercicio. Eran toda una referencia en el fotoperiodismo. Necesitamos que siga existiendo el fotoperiodismo, pero son las propias condiciones de los medios lo que hacen que los fotoperiodistas no se animen. Cuando en un periódico local ves que la mayoría de fotos son cedidas o de gabinetes, sientes que el fotoperiodismo está perdiendo esa batalla. Se le suma a la situación actual el poco o nulo relevo generacional que pueda continuar con el fotoperiodismo. No es lo mismo Málaga que Pamplona. Sería una gran pena que este oficio se muera tan pronto. Y una gran pérdida, y fuga de talento, sobre todo.
“No te dediques a esto”, me dijeron en la carrera otros fotógrafos de medios. Por dos razones: por la cuestión económica y porque hay un choque entre nuevas narrativas que se aprenden por ejemplo en Instagram o por contactos y el modelo actual. Los jefes mayores no entienden (les cuesta entender, parece que, si no, me paso con ellos) los nuevos formatos. Los jóvenes hemos crecido con el móvil. Se aprovechan las herramientas digitales para contrastar fotos, plataformas como Juxtapost (sirve para superponer una foto con otra, ver la evolución de un espacio por ejemplo que ha sido reformado)… la tecnología sigue siendo un inconveniente.
En Barcelona, Emilio Morenatti ha sido un imán. Ha conseguido, en mi opinión, que muchos redescubran el fotoperiodismo y ha hecho que se enganchen cada día, por ejemplo, viendo las fotografías que Morenatti compartía desde sus redes sociales. También, quienes le seguían se han cuestionado muchos aspectos cotidianos de sus vidas, en el plano fotográfico y ético, si cabe. Un ejemplo: cuestionar la ética del profesional aun cuando nadie podía salir a la calle a ver la realidad de los hospitales y poner en duda si lo que había fotografiado Emilio era real. Y ha hecho que mucha gente sea fotoperiodista. Y no se dan cuenta de que Morenatti lleva desde los 20 años trabajando. Con esto quiero recalcar la idea principal, de que uno no se convierte en fotoperiodista por la pandemia, o por una situación en concreto, sino que detrás hay muchas experiencias que se han de vivir hasta considerarse fotoperiodista. Desde luego que este trabajo es un camino largo y arduo.
Lo tuyo por el fotoperiodismo es pura emoción. ¿Cuándo te enganchas a este tipo de periodismo?
Cuando me di cuenta de que me interesaban todos los temas en donde hay una fuerte carga de empatía, los temas humanos, fundamentalmente, donde ves que están impregnados los valores. Y porque la foto preserva un hecho, un momento. En cierta manera, es algo histórico.
Pero realmente me enganché leyendo todos los días el periódico, cuando era adolescente. Siempre empezaba a leer por la contraportada, luego, cultura, entrevistas… Y finalizaba con internacional. Es un hábito que aún sigo teniendo. El primer reportaje que me marcó fue uno de Iván Benítez en el Diario de Navarra, sobre setas en un valle navarro. Una imagen que rompía en las dos páginas. Igual fue en 2015 o 2016. Poco antes de empezar la carrera.
El gusto por la comunicación me ha nacido por un hábito. El periódico pasaba por todas las zonas de la casa. Lo leíamos todos. Algo que me ha gustado ha sido comentar las noticias con mi madre y mi padre. Ahora el periódico está también en digital, pero siempre me preguntaba dónde irían las fotos del día siguiente y qué foto podría ir en primera. Era una adivinanza.
¿El fotoperiodismo que tú estás haciendo es diferente al que aprendiste en la Facultad?
Yo casi ni tuve. Solo una asignatura básica sobre los géneros, la base de las fotos, parámetros y poco más porque hice Comunicación Audiovisual (se centraba mucho en cine, series y televisión). Ahí tuve la crisis de que no sabía por dónde tirar. Me planteé pasarme a Periodismo, pero al final me di cuenta de que estaba construyendo un relato visual. Al final haces tu propio camino. El TFG lo hice sobre las 9 miradas de Manu Brabo (fotoperiodista español premio Pulitzer 2013). Me motivó su trayectoria y su trabajo. Me impactó que dijera que están muy bien los premios pero que él esperaba un contrato (o sea, él dijo algo así como que cuando te premian, esperas que vengan mejores oportunidades laborales, un contrato por ejemplo. Bromeando, alguna vez dijo: ¡Aún lo sigo esperando! Por eso, el premio que vale es el de la consolación, el de darse cuenta de que con haber hecho las cosas, fotoperiodismo, el mundo es algo mejor que sin él. Ese es el premio de bronce que él dice, y el que al final acaba valiéndole. Le importan las personas).
Los fotoperiodistas Juan Carlos Tomasi y Anna Surinyach afirman que el fotoperiodismo ha cambiado porque ya no llegan en primer lugar a los sitios, ya que todo el mundo saca la foto con sus móviles, pero sí tienen que quedarse hasta que ya no haya nadie. ¿Qué te parece, ha cambiado?
Creo que no. Aunque bueno, con la pandemia es diferente (se ha puesto de relieve la figura del profesional, porque es el que con criterio, de inicio a fin, dependía la información. En sus manos estaba qué contar y cómo. Se convirtieron, casi, en las únicas personas que podían contar aquellas historias). Que fuera de otra manera no ha hecho que cambie el fotoperiodismo (de manera exagerada, se entiende. Es un paso más como cuando se cambió de la fotografía analógica a la digital y como pasará dentro muy poco con la fotografía hecha con réflex y con mirror-less). Y como pasó con el cambio de lo analógico a lo digital o ahora con el móvil. O pensar que eres más fotógrafo por usar una cámara u otra. Es que cualquiera lo puede contar. Falta mucho para terminar un trabajo (quiero incidir sobre todo en la autocrítica, nos hace falta mucho por seguir puliendo las buenas historias). Aunque se haya contado en redes sociales, se puede contar en papel (el fotoperiodista y el periodista han de profundizar en esto, son los expertos en saber contar la historia. Tienen todas las herramientas posibles en su mano y, sobre todo, su criterio, que es lo que más vale). La historia personal es lo que cuenta. Se puede hacer periodismo, aunque a veces también se echa de menos que haya autocritica. No la veo mucho y me da rabia.
El fotoperiodismo es muy exigente, ¿te dan miedo las renuncias que se pueden llegar a hacer?
Me da miedo enfrentarme a la situación económica. Soy muy intensa y estoy hiper enamorada de la profesión pero no me da miedo renunciar a mi tiempo libre. Asumí al principio que no me iba a hacer de oro, que no iba a tener un horario de oficina y aunque nos organizamos en turnos, la noticia puede surgir en cualquier momento (o sea, asumo este trabajo sabiendo lo que conlleva, no es algo que me haya encontrado por sorpresa cuando empecé. Y con esto te das cuenta de que a lo que te debes es a la vocación). A veces echo en falta ese descanso, pero en fin de semana, que es cuando más trabajo hay, puedes llegar a estar de guardia todo el día. (Se entiende que porque hay más eventos culturales que durante la semana y, con ello, más noticias de última hora).
Echo en falta que se valore más al fotoperiodista. Asumo que hay errores todos los días, hay que hacer autocrítica, pensar qué puedes hacer tú para que todo vaya mejor. Y no traspasar las líneas de descanso. Cultivar las amistades. Fomentar el compañerismo, que sea más real. Cuesta creerlo pero a veces hay escenarios donde no hay compañerismo.
¿Cuál es el trabajo del que te sientes más satisfecha?
Desde una exhumación … al trabajo sobre los prejuicios. Una fotografía de unos chicos marroquíes a los que estuve escuchando, cuando mi compañero preparaba las entrevistas en la sala contigua. Me llegaron a contar cómo cruzaron el nado y hasta me escribieron mi nombre en árabe. Una foto muy evidente, cuando hacían las pcrs, con cara de disgusto, a contraluz, para respetar a la persona a la que le hacían una pcr. La puse en contraluz para que no se la viera la cara. Había tanta belleza, con un objetivo de 50mm, para que diera la sensación de que el fotógrafo y el joven estábamos a la misma altura, de ‘tú a tú’. Los dos, iguales. Había tanta belleza que parecía irreal. No era un posado. Fue un ejemplo de estar hasta después, como me decías antes con Surinyach y Tomasi.
Otra de esas fotos que guardo con especial cariño fue la de un matrimonio en el Aeropuerto de Loiu, Bilbao. Después de entrevistarles, cuando ya les hicimos las fotos, la mejor foto fue al final, cuando se despidieron. Bajé la cámara, se relajaron y la volví a subir. Las fotos, en el último momento. Fue una casualidad.
¿Qué esperas del 2022?
Intentar seguir viendo Bilbao con ojos de turista, con ojos de asombro. Profundizar en las fotos de autor, que siga siendo informativa pero que la gente vea que tiene un estilo. Y sorprender a los bilbaínos con zonas de Bilbao que no hayan visto todavía, que les haya pasado inadvertidos. Seguir fomentando la curiosidad por su ciudad. Es un periódico local y quiero seguir sorprendido. No perder la mirada curiosa. Y como proyecto, sigo convencida de no querer correr de forma inmediata. El fotoperiodismo es una carrera de fondo, de profundizar, de entregarse a la profesión, de poner el 100 x 100, y que no me quede la duda de que podría haber puesto más de mi parte.
¿Con qué mirada te quedas de las que has atrapado a través del objetivo?
Con la de la mujer del joven marroquí al que mató un exguardia civil en Murcia en junio del año pasado, cuando estuve tres meses haciendo prácticas en el periódico La Verdad. Se hicieron manifestaciones en Cartagena y Murcia y, aquí una persona de la familia llamó por vídeo llamada a la viuda para que viera a través de la pantalla la respuesta de la ciudadanía ante el asesinato de su marido. La mujer aparece rota de dolor y la foto lo resume todo. Fue una injusticia absoluta.