Entrevista e imágenes realizadas por Ana Estaún
May Forcén creció entre libros, convencida de que la cultura no es un lujo, sino una necesidad. Es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y cuenta con un máster en Gestión del Patrimonio Cultural y Museología, además de haber completado formaciones como ThePowerMBA y el Advanced Management Program en el IE Business School. Su trayectoria profesional comenzó como guía histórico-artística en el Patronato de Turismo y, tras casi dos décadas en Fundación Ibercaja y en el Centro Fundación Ibercaja Actur, aprendió que un museo no es solo un espacio de exhibición, sino un puente entre el arte y las personas.
Su madre, una figura esencial, le transmitió el amor por el arte y la historia. En su casa siempre había muchos libros y, entre sus páginas, grandes clásicos como Las mil y una noches, que cautivaron a la joven Forcén e iniciaron su pasión por la literatura y el arte islámico.
Hoy dirige el Museo Goya con la tarea de liderar su gran remodelación, con la misma curiosidad insaciable con la que, de niña, devoraba novelas y escribía historias a edades muy tempranas, como cuando May Forcén escribe Kenya y yo. Una figura inquieta, apasionada y profundamente humana que demuestra que el arte, como ella misma, nunca deja de renovarse.
La inquietud y la curiosidad llevan a descubrir grandes cosas o a grandes personas, como cuando conocí a May Forcén en una cafetería del centro de Zaragoza, cerca del museo.
—En estas fechas el museo está en pleno cambio. Hay cajas, materiales por todos lados… Mejor aquí, donde podemos estar tranquilas.
—Me encantan las cafeterías —respondí.
May asintió.
—Son perfectas para desconectar, pero también para trabajar.
Su comentario me llevó a pensar en cómo los lugares pueden influir en nuestra creatividad y nuestra inspiración. De manera casi inevitable, enlacé con mi primera pregunta:
—¿De dónde te viene ese gusanillo por el arte?
Ese gusanillo viene de familia. Mi madre, licenciada en Filosofía y Letras, nos transmitió a mi hermano y a mí un amor por el arte y la historia que estuvo presente en todo momento, ya fuera visitando museos, exposiciones, o en la lectura. Además, mi abuelo, que era maestro, tenía un talento especial para narrar historias, sobre todo relatos históricos. Te las contaba como si estuvieras dentro de un cuento.
¿Leer te gustaba?
Me encantaba, desde cría, y leer también me abrió mucho la mente. Creo que esa mezcla de estímulos fueron clave para que desarrollara mi gusto por el arte, la historia y la literatura, que siempre han sido mi forma de conectar con el mundo y, sobre todo, de entenderlo.
¿Cómo recuerdas ese inicio temprano en la literatura?
Lo recuerdo con muchísimo cariño. Recuerdo, por ejemplo, títulos como La Rosa del Kilimanjaro o toda la colección de Los Cinco. También leía muchas novelas sobre los indios norteamericanos, una temática que me fascinaba especialmente. Alrededor de los 12 años, descubrí la obra de Edward S. Curtis, que había creado una especie de biblioteca dedicada a las tribus indígenas de Norteamérica. En casa siempre había libros.
Qué bonito que la lectura te haya acompañado desde tan pequeña. ¿Hay algún recuerdo o experiencia que asocies con esos libros y en esa época?
Me has desbloqueado un recuerdo. A los 12 años escribí Kenia y yo, una novela de aventuras ambientada en África, con personajes, trama y mi letra de niña pequeña. Todo surgió de lo que había leído sobre África.
Cuéntame más…
Kenya y yo fue mi manera de plasmar lo que sentía. Me encantaba escribir historias llenas de diálogos; lo dividía en capítulos, y concretamente consta de 155 páginas, incluso incluía recortes de libros y revistas. También, hablaba sobre la caza furtiva, en el contexto de preservar la fauna, me gustaban mucho los animales.
A esas edades la imaginación hay que exprimirla, es que antes se daba tan por hecho leer, que nadie tenía que fardar de que leía… (Risas)
Ahora es que sois de otra generación, pero recuerdo en el colegio un tiempo de lectura sano. Tengo unos recuerdos escolares, en Jesuitas preciosos. Te mandaban a escoger un libro de tu biblioteca y elegías tú, de todos, el que a ti más te gustaba.
¿Y cuál elegías tú?
Uno de los libros que más me marcó fue Las mil y una noches. Tenía una edición pequeña, con dibujos, que me fascinaba. Cada cuento era como abrir una ventana a un mundo nuevo, lleno de aventuras, llenas de exotismo y misterio.
¿Ese libro pudo ser el detonante de tu devoción por el arte islámico?
Creo que ahí empezó mi amor por la literatura y el orientalismo. Tanto me apasionó, que años después, durante la carrera, decidí aprender árabe, con el objetivo de entender mejor esa cultura tan rica y compleja. Es más, cuando me casé, de viaje de novios, me fui a Siria. Siria era un sueño para mí porque podía visitar lugares increíbles como Palmira o la mezquita de los Omeyas en Damasco.
Desde muy joven, tu inquietud en este ámbito continuó en la Universidad, ¿Cómo recuerdas esa etapa?
En esa etapa descubro mi felicidad más absoluta. Fui una enamorada totalmente de la carrera, Historia del arte. Cierto es que ya tenía ese gusto o esa vocación en las venas. Fue empezar la carrera y poner nombre y apellido a lo que habías estudiado en el colegio, investigando o leído por tu cuenta. Antes de empezar a estudiar arte, era una devoradora de la novela histórica.
¿Qué papel juega la novela histórica en tu adolescencia?
La novela histórica tiene la capacidad de sumergirte en contextos que despiertan la curiosidad, y cuando leía, podía imaginar con detalle las vidas de los personajes, las ciudades y sus culturas. La novela histórica fue un descubrimiento crucial para mí cuando era una niña y durante la adolescencia, y consecuentemente, en cómo veo el arte, porque me dio una sensibilidad especial para entender las emociones y contextos detrás de cada época.
¿Qué fue lo que te atrajo del arte islámico?
Siempre me ha parecido apasionante cómo durante tantos siglos pudo estar la cultura árabe o el mundo islámico en España, en la península ibérica. También, todo lo que es la arquitectura, que sin grandes artificios es capaz de transmitir emociones, que personalmente, me evocan mucha paz, mucha tranquilidad. El arte hispano-musulmán me encantaba, conecté mucho con el arte islámico y todo lo que le rodea; toda la literatura, la poesía, la novela,… Por ejemplo, Cuentos de la Alhambra, ese tipo de literatura me encanta.
¿Qué crees que encontrabas en esas historias?
Es un universo que te transporta a un lugar lleno de historia, exotismo, arte y romanticismo. Mira, recordando, también me influyó mucho Magdalena Lasala. Escribe unas novelas históricas exquisitas sobre la Edad Dorada de Al-Ándalus, que me encantan. Obras como Almanzor o Doña Jimena, Abderramán III, son solo algunos ejemplos que he leído, ella ha escrito mucho, desde su primera publicación en 1998 hasta ahora. En todos ellos, además, hay mucho arte.
Hemos explorado un poco tu mundo interior, que es tan fascinante como tu trayectoria profesional. ¿Qué crees que es lo que te ha hecho llegar a ser la directora de uno de los museos de referencia nacional?
Siempre he buscado mantener la inquietud por aprender. Por ejemplo, no hay conferencia que no se imparta aquí en el Museo Goya que mientras el ponente está exponiendo, yo estoy con mi cuaderno. Porque siempre aprendo algo. Todos los ponentes que han impartido algo desde que empecé, no te puedo decir ni uno del que no haya aprendido algo.
Algo habrá tenido que ver la experiencia…
Desde mis inicios como guía histórico-turística en el programa Informadores Turísticos del Ayuntamiento de Zaragoza hasta llegar al Museo Goya, siempre he tenido claro que cada experiencia, suma, por grande o pequeña que sea. En turismo aprendí a conectar con las personas y a transmitirles el valor del patrimonio. Durante mi etapa como directora en el Centro Actur, amplió mi visión trabajar con diferentes sectores y a gestionar desde lo práctico, pero también a comprender las necesidades del público. Esas experiencias, junto con otras etapas profesionales, me enseñaron la importancia de aprender de todo. Si no hubiera pasado por esas experiencias quizás mi visión ahora sería más limitada. Creo que es importante conocer todas las perspectivas, desde la más operativa hasta la más estratégica.
Y tu formación…
Mi formación ha sido también fundamental, pero no por tener títulos, sino porque me ha permitido adaptarme a los cambios constantes en el mundo de la cultura. Al final, creo que lo que me ha llevado aquí es esa mezcla de pasión por el arte, voluntad de aprendizaje y un enfoque humano en el liderazgo.
Me gustaría conocer tu visión sobre el liderazgo. ¿Qué capacidades crees que tiene un buen líder?
Si lideras un equipo tiene que encontrar en ti un reflejo, ya no solo como profesional, sino también como persona. Si tu equipo cree en ti y ve un reflejo, un orgullo, va contigo al 100%. Para liderar, tienes que estar en constante aprendizaje. No puedes pensar que ya lo sabes todo. En mi caso, siempre me esforcé por seguir formándome. Luego también te fijas en tus referentes, en mi caso tuve directoras maravillosas, unas más exigentes, otras menos, pero también fijarte en lo que no te quieres convertir y nunca perder la curiosidad.
Desde que empezaste en Fundación Ibercaja, ¿siempre has mantenido esa curiosidad?
Sí. Desde que comencé en Fundación Ibercaja, año 2005, entonces era Obra Social y Cultural Ibercaja, hice el doctorado y completé el máster en Administración y Dirección de Empresas. Lo mismo con el Advanced Management Program (AMP) del IE Business Scool. Nunca he pensado que por estar trabajando ya sabía lo suficiente o estaba completamente preparada. Especialmente en sectores como la cultura, donde todo cambia a un ritmo vertiginoso. No por el hecho de seguir cumpliendo años tenemos que perder la curiosidad.
¿Esa actitud de aprendizaje constante es algo que también intentas transmitir a tu equipo?
Sí, es fundamental. Si un equipo ve en su líder a alguien apasionado, curioso y comprometido, ese espíritu se contagia. En el Centro del Actur, por ejemplo, lo gestionábamos como si fuera nuestra propia casa. Éramos muy conscientes de los recursos que teníamos y del esfuerzo necesario para que todo funcionara. Ese trabajo en equipo nos unió muchísimo, y fue una escuela increíble para mí.
¿Qué aprendiste durante tu etapa en el Centro Fundación Ibercaja Actur?
Me ofreció una visión muy amplia. Primero, que es un centro multidisciplinar: cultura, educación, empresa, acción social, trabajar con asociaciones, talleres, cursos… Además, las actividades eran mayoritariamente de pago, lo que implicaba pensar muy bien cómo ofrecer algo atractivo y valioso para el público. No podías dar nada por sentado. Esa experiencia me enseñó a ser creativa y a valorar el esfuerzo colectivo.
¿Crees que el aprendizaje constante es aún más crucial en el sector cultural?
La cultura, el periodismo, cualquier disciplina… todo avanza tan rápido que si no te reinventas o sigues aprendiendo, te quedas atrás. Uno de mis principales objetivos es que el museo no sea solo un lugar estático donde se exponen obras. Un museo tiene que estar vivo, y para lograrlo es necesario crear comunidad, construir una programación sólida, que convierta al museo en un espacio de actividad constante a través de actividades musicales, teatrales, de danza… Además, la divulgación es clave. Pero no me refiero solo a un público profesional; también pienso en los estudiantes, en quienes no tienen un conocimiento profundo del arte pero desean acercarse a él.
¿Crees que las nuevas generaciones siguen valorando el arte como antes? Ahora en un click puedes ver cualquier obra.
Claro. Por ello, lo que vamos a trabajar también durante este año todo el equipo del Museo es un buen programa cultural para familias, un programa educativo propio pero que nazca desde el Museo, para todos los grupos escolares, desde infantil hasta bachiller o ciclos formativos. Varias propuestas que ya tenemos cerradas también para ofrecer a los colegios. Entendemos que es muy importante que los niños sientan esa vinculación con el patrimonio o con los museos. Y que realmente sean capaces de acceder o entrar a nuestro espacio. No queremos que la actividad didáctica sea como una clase más o algo a nivel curricular más, sino que te lleves como una emoción, una experiencia.
¿Por qué consideras importante dar voz a los jóvenes en las actividades del museo?
Creo que los jóvenes aportan muchísimo a la sociedad. Están trabajando, descubriendo y generando ideas brillantes que a menudo quedan atrapadas en tesis doctorales, trabajos de fin de máster o fin de grado. Muchos de estos proyectos tienen un valor enorme, pero se quedan archivados. Por eso, uno de mis objetivos es ayudarles a adaptar estos trabajos y convertirlos en herramientas de divulgación cultural. Pienso que una tesis bien sintetizada puede ser una experiencia extraordinaria para el público general. Además, los jóvenes atraen a un público nuevo, lo cual es clave para mantener vivo el museo.
Hablando de la evolución de los museos, ¿Crees que ha evolucionado la forma de exponer la cultura?
En el siglo XIX, los museos eran contenedores de saber, accesibles solo para una élite y centrados en mostrar piezas, muchas de las cuales provenían de guerras o saqueos. Ahora, los museos han cambiado. Ya no se trata solo de exponer obras, sino de crear experiencias dinámicas y participativas. Esto incluye destacar la riqueza de nuestras colecciones, no solo la figura de Goya, sino también artistas como Lita Cabellut, Pablo Serrano o Pradilla, y acercar al público a estas obras de forma más interactiva y democrática.
Democratizar la cultura
Es una de mis mayores prioridades, hacer que el arte sea accesible para todos. Solo así podemos garantizar que el arte no pierda su valor, a pesar de la facilidad con la que ahora podemos acceder a él en el mundo digital.
Ahora “cerráis al público” temporalmente…
Hay una pausa natural, que prefiero llamarla interludio porque un interludo artístico lo considero un espacio en el que las obras además van a otro lugar, es como un paréntesis. Pero en este tiempo hemos podido hacer pruebas muy interesantes.
¿Qué pruebas?
Por ejemplo, durante Pilares organizamos actividades vespertinas, con tres sesiones de teatro con 80 butacas cada una. Se llenaron las tres. Eso supone 240 personas asistiendo a teatro en el Museo Goya. Además, organizamos un pequeño comité en la bodega del museo, y fue espectacular. Los asistentes nos preguntaban: “¿Cuándo vais a hacer más?”.
¿Qué te hizo reflexionar esa experiencia?
Esto me llevó a pensar en lo que busca la gente: quieren venir, participar en actividades, disfrutar de la cultura como una forma de ocio. Ese es el objetivo ideal. Igual que con el teatro, que fue un piloto perfecto, de cara a la reapertura queremos organizar ciclos de música, teatro y danza, siempre en un ambiente más íntimo y recogido, pero que permita al museo convertirse en un espacio de encuentro para la ciudadanía, donde se pueda disfrutar del arte desde distintas perspectivas.
¿Cómo mantendréis el museo vivo durante el periodo de “cierre» por reformas?
Durante ese paréntesis van a estar pasando muchas cosas. Estará Sergio Sebastián Arquitectos trabajando en el edificio y vamos a estar el resto del equipo, como una piña, haciendo toda la propuesta cultural y educativa, a través de redes sociales y nuestras compañeras de comunicación que van a ir transmitiendo todo lo que vamos haciendo. A la par, estaremos desarrollando un nuevo programa para los Amigos del Museo, muy completo, con actividades culturales, salidas…
¿Qué papel juegan las conferencias en este modelo más dinámico?
Sí, lo mismo ocurre con las conferencias, que han funcionado de maravilla. No tienen por qué estar siempre dirigidas a un público especializado o impartidas por los mismos profesionales. Por ejemplo, lanzamos un ciclo llamado Voces Emergentes, que ha dado espacio a jóvenes que acaban de defender sus tesis doctorales y tienen muchísimo que aportar. Un ejemplo es Alejandro Sant Guillén, becado en el Museo del Prado quien ha coordinado este ciclo y ofreció una conferencia excelente sobre las primeras series de Los Caprichos de Goya. Su visión fresca y brillante aporta mucho valor al museo.
Y ¿qué se espera con estos cambios?
Queremos que cada visitante se marche con un conocimiento más profundo y significativo de Goya. Queremos que el museo sea un lugar al que apetezca venir, igual que irías a pasear con tus amigos. Además, trabajaremos en exposiciones temporales impactantes y colaboraciones con otros museos para enriquecer la experiencia.
Mencionas las exposiciones temporales. ¿Qué características crees que deben tener para ser relevantes y atractivas?
Las exposiciones temporales deben ser ambiciosas e impactantes. También es clave colaborar con otros museos e instituciones, eso permite intercambiar obras y enriquecer nuestras colecciones. Por ejemplo, traer una obra invitada de otro museo durante unos meses crea una conexión interesante entre instituciones y da al público algo nuevo que descubrir. Además, debemos planificar exposiciones que no solo atraigan a expertos, sino que sean accesibles para todos.
¿Qué es lo que más te ilusiona de la remodelación del Museo Goya?
El enfoque integral del proyecto. Un todo. La combinación de arquitectura, contenidos digitales y una programación cultural renovada nos permitirá atraer a más públicos y reforzar la conexión con la sociedad. Hemos conseguido, yo creo, hacer tan buen equipo la parte de arquitectos, de contenidos digitales, y el propio personal del museo, que estamos trabajando todos en la misma dirección. Está claro que la gente tiene ganas, es que lo vemos.
¿Qué es lo que más te llena de tu profesión?
Es sentir que, con pequeños actos diarios, puedes cambiar cosas en la sociedad. Desde mis inicios en la obra social de Ibercaja, entendí que mi trabajo tenía un propósito transformador. La sociedad no se transforma sola; son las pequeñas acciones, los esfuerzos de muchas personas, los que generan cambios. Esa sensación de impacto, aunque a veces termines jornadas interminables, como salir del museo a las diez de la noche, es increíblemente gratificante. Por ejemplo, cuando las personas aplauden al final de una conferencia, se acercan para decirte: “Qué maravilla, volveremos”, o ves la alegría en sus rostros, sientes que todo tiene sentido.
¿Cómo ha sido asumir un liderazgo en un entorno diferente?
Aquí, el desafío era generar esa misma cohesión, transmitir ilusión y compromiso por el proyecto. Yo sola no puedo hacer nada, tengo que tener a un equipo que vaya a una conmigo. Entonces, el sembrar esa ilusión o ese compromiso por el proyecto del museo y que estén al mismo nivel de energía que esté yo era uno de mis grandes desafíos. Y yo creo que eso ya está conseguido porque el equipo del museo está al cien por cien con la reforma, con el proyecto y con todo.
¿Cuál ha sido tu mayor reto en esta trayectoria?
Al entrar en el Museo Goya, sabía que tenía que construir un nuevo equipo, un grupo de personas con las que no había trabajado antes. Venía de estar muchos años en un entorno muy unido en Fundación Ibercaja Actur, donde todos éramos una familia. Siempre he creído en esa frase de “ya que estamos de paso, dejemos huellas bonitas”. Me esfuerzo por que mi paso en un lugar no solo sea profesionalmente relevante, sino que también enriquezca a las personas con las que trabajo. Me entristece mucho cuando alguien tiene un mal recuerdo de un lugar de trabajo o de sus compañeros.
¿Hay alguna obra en el Museo Goya que te inspire especialmente?
Más que una obra en concreto, me inspiran las series de estampas de Goya, especialmente Los Caprichos, Los Desastres de la Guerra y Los Disparates. Pero si tuviera que elegir una, aunque suene tópico me quedaría con El sueño de la razón produce monstruos, de Los Caprichos. Creo que esta estampa encapsula a la perfección el estado personal, social y artístico de Goya en ese momento.
Y si pudieras preguntarle…
Hay tantas cosas que me gustaría preguntarle… pero creo que me centraría en los mensajes ocultos de sus estampas. Por ejemplo, en Los Disparates, muchas obras no tienen una interpretación clara. Me intriga si realmente buscaba un significado concreto o si era una expresión más libre, más intuitiva. También en Los Caprichos, donde se dice que algunos personajes, como Godoy, aparecen de forma velada. Me encantaría sentarme con él, como estamos haciendo ahora, con un café y un cuaderno, y que fuera desgranando el significado de cada estampa, como si me contara sus pensamientos.