LUCÍA SANROMÁN
Lalo Cruces nace artista. Desde muy pequeño se adentra en el mundo de pintura y lo hace de la mano del gran genio del surrealismo. “Mis abuelos tenían libros de coleccionista en casa y yo copiaba dibujos de Dalí, ese fue mi primer descubrimiento”, recuerda. Aunque su principal dedicación siempre ha sido y sigue siendo el interiorismo, su afán autodidacta le ha obligado a tocar todos los ámbitos. Ahora los combina y fusiona en su estudio-galería del barrio del Arrabal, un nuevo espacio aún en obras que refleja sin duda el carácter contemporáneo que lo distingue. Y de todos ellos, la pintura es, confiesa, la que más alegrías le está dando.
PREGUNTA: Segundo premio de Ibercaja ‘Pintura Joven 2015’ entre 377 obras presentadas. ¿Cómo lo recibe?
RESPUESTA: Genial. Todavía se ríe el jurado. Me llamaron con el micro abierto y al enterarme empecé a gritar de la alegría porque no me lo esperaba. No sabía la cantidad de gente que se había presentado; han pasado de 80 el primer año a casi 400 y todo gracias a lo digital. Antes pedían que entregaras el lienzo en mano pero ahora permiten enviarlo por correo, así que eso abre mucho el abanico. Cuando me enteré del número de obras y de que había quedado el segundo me alegré mucho, y más con un concurso como este, que en Zaragoza es de lo mejor que hay en arte joven.
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P: Y lo ha ganado con su obra ‘King’, que forma parte de la serie ‘Instruments’, instrumentos de viento adaptados a animales reales. Un tanto peculiar, por cierto…
R: Siempre intento ser algo surrealista y que cuando la gente se pare a mirar mi cuadro no diga “es un simple pájaro apoyado en un bastón”, sino que esa imagen le lleve y le sumerja en un universo paralelo. Intento darle ese toque que lo diferencie del resto. Busco la belleza, la imagen bonita, y lo hago compaginando elementos que me gustan del interiorismo y que combinados dan lugar a un conjunto clásico pero noble. De ahí el papel antiguo envejecido de fondo, la trompeta como objeto de coleccionista, el bastón con la cabeza de un perro tallada…
P: Digamos, entonces, que se inspira en las tendencias.
R: En parte sí, en aquellas que triunfan en ese momento en el mundo del arte y que a mí me gustan. Intento buscar esa vuelta de tuerca, ese algo que no hay pero que encuentras. Yo soy mucho de impulsos, tan pronto estoy pintando en madera como me pongo a salpicar. No tengo líneas ni continuidades. Me aburro pronto.
P: ¿Quizá por eso decidió no seguir los pasos de su familia y dedicarse a la ingeniería agrícola?
R: Esa es una anécdota muy curiosa. Pintar he pintado toda la vida y gustarme me ha gustado siempre, pero no lo veía como mi trabajo. Por eso, cuando acabé selectividad, me inscribí en La Almunia para estudiar Ingeniería Agrícola y continuar con el negocio familiar. Ese mismo verano mis padres me desapuntaron y me metieron en la Escuela de Artes… ¡Sin yo saberlo! Vieron que no era mi campo, que no me iba eso. No lo olvidaré nunca. Me llamaron y me dijeron: “cómprate allí en la playa unos carboncillos y unas acuarelas que el lunes a las ocho de la mañana tienes una prueba de acceso en la Escuela de Artes”. Y yo diciendo “madre mía, qué han hecho”…
A partir de ese momento, Lalo Cruces se adentra en el interiorismo, la intervención urbana y el mural artístico. “Al principio todo estaba más enfocado al diseño, la pintura vino después”, asegura. En esa línea, comienza a trabajar en solitario colaborando con diferentes estudios de arquitectura hasta que encuentra trabajo en Adidas España. “Durante tres años fui el encargado de las obras; preparaba los proyectos, gestionaba los gremios, montaba el mobiliario y la iluminación”, cuenta, “fue una época muy bonita: aprendí mucho, viaje un montón –todas las semanas cogía mínimo dos aviones– y fue así como empecé a moverme, digamos, internacionalmente”.
P: Y ahora puede presumir de haber llegado hasta Taiwán. De hecho, es el primer aragonés que ha formado parte de la feria de arte contemporánea ‘Young Art Taipei’. ¿Qué obra escoge?
R: Sí (ríe). La verdad es que no tenía ninguna esperanza de sacar nada de allí. Fue mi pareja la que me atornilló, la que me impulsó. Escogí un conjunto en el que sigo trabajando ahora mismo porque me han pedido más. Se llama ‘Containerland’, una serie de acrílicos sobre lienzo enfocada a la obsolescencia programada reflejada mediante contenedores marítimos. De aquí a marzo tengo que preparar unas 10 o 12 obras y llevo hechas unas 7. Y todas sobre este estilo, que es el que les gustó.
P: ¿Y triunfa entre el público chino? Porque la cultura es totalmente distinta.
R: Sí. De hecho me di cuenta de que la obra que quizás llamaba más la atención aquí era la que menos lo hacía allí. La gente allí funciona mucho con el feelingpersonal. Recuerdo que cuando nos estábamos yendo de la galería nos dijo la encargada que además de la obra le habíamos gustado nosotros. Y, vamos, para la exposición que tengo allí en marzo me hicieron mandarles cuatro o cinco obras para ver cómo iba marchando y cuál era el concepto y las vendieron todas en dos días.
Conocido por su gran versatilidad tanto en espacios públicos como privados, realiza proyectos en viviendas particulares, hostelería, comercios y paisajismo. El resultado es, según quienes le conocen, de lienzos en 3D. “Siempre me ha gustado ser un poco ecléctico y mezclar diferentes técnicas y muebles de distintas épocas”, admite, “me va lo contemporáneo, lo vanguardista, no me ha gustado nunca el estilo rústico ni clásico”.
P: ¿Es común que la gente recurra a artistas para decorar sus domicilios?
R: Sí, es un negocio. La semana que viene tengo una reunión con una empresa fuerte de aquí de Zaragoza que tiene sus oficinas muy viejas y quiere modernizar la instalación. Para todo eso recurren a gente como yo.
P: Entonces, por lo que me está contando, se puede vivir del arte, ¿no?
R: Bueno, yo de momento no me puedo quejar. Tampoco tengo lujos ni excesos pero de momento puedo decir que vivo de ello. No solo de la pintura, que es un mero apoyo, sino también del interiorismo, que es a lo que me he dedicado hasta ahora. Con los tiempos que corren, seguir viviendo de esto es casi un milagro.
P: ¿Y espera seguir haciéndolo aquí en Zaragoza?
R: Ojalá. Ojalá tenga este local cuarenta años, pero no deja de ser una ciudad pequeña y es un poco complicado. Además ahora se me están abriendo muchas puertas –cruzo los dedos por que se sigan abriendo– y espero que la mayor parte sean fuera. Eso siempre te ayuda y te da cierto reconocimiento.
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Las obras de Lalo Cruces también han recorrido España. “Ahora mismo estoy con un formato de contenedores en el Museo Arqueológico de Murcia”, cuenta, “aunque también se me puede ver en la Galería Kreisler de Madrid, que además hace poco me llevó a Sevilla a una feria de arte”.Hasta la capital llegó gracias a La Cubana, la obra de la que más orgulloso se siente: “la seleccionaron para la exposición de arte moderno ’16 Balconies’, le gustó a la Galería Kreisler, la vendió en muy poco tiempo y a partir de ahí me ofrecieron muchas colaboraciones”,recuerda.
P: ¿Y algún otro sitio al que quiera llegar?
R: No tengo ninguna meta imposible. Después de haber ido a París y a todas sus galerías y ver gente de mi edad, de treinta y pocos, exponiendo te das cuenta de que no todo es tan inaccesible. ¿Por qué no puedo ser yo uno de esos? Y mis amigos me dicen “pero bueno, Lalo, eso no lo puedes pensar, eso es imposible” y yo siempre respondo “¡hombre, siempre hay que empezar por pensarlo, si no, no haríamos nunca nada!”
P: ¿Algún consejo para futuros artistas?
R: Lo único que hay que hacer es currar. Tener ilusión por hacer cosas nuevas, ser un poco lanzado y muy constante. No querer llegar a lo más alto desde un principio, empezar desde abajo, grano a grano. Y muy importante: lo que hagan, con mucho mimo. Cuidar la imagen, tener una buena web y mostrar cautela con las redes sociales. Hay que ser conscientes de que no solo nos están viendo en Zaragoza sino en cualquier parte del mundo. ¡Ah! Y sobre todo: no tener vergüenza. Hay que perder el miedo. Agradar a todo el mundo es imposible, así que hay que mostrar lo que se hace y pintar sin miedo. Un autónomo con timidez y vergüenza, al fin y al cabo, no es sinónimo de éxito.