Diego Ibarra Sánchez (Zaragoza, 1982) es un fotoperiodista que lleva años viajando a países en conflicto. Le mueve su necesidad de contar historias, de mostrar la vida y necesidades de quienes sufren. No quiere destacar las explosiones, sino ese dolor sutil de unos habitantes que intentan salir adelante. Es una persona humilde y cercana, a la que no le gusta que le hablen de usted.
Es el cofundador de la MeMo (Memoria en Movimiento), una cooperativa creada en 2014 por un grupo de fotógrafos de reconocido prestigio internacional y largamente galardonados por su labor, incluyendo un Pulitzer y varios World Press Photo. Además, colabora a menudo con medios como Revista 5W, The New York Times, Der Spiegel, NZZ, Al Jazeera o Ara. Vive desde hace 7 años en el Líbano, pero ha vuelto a España para presentar sus últimos trabajos: su proyecto Educación Secuestrada, con una conferencia en la Fundación Ibercaja, sus exposiciones Prólogo del Colapso y El Colapso, y su libro El Colapso de Fenicia (Ediciones USJ y FotoEvidence Press). Pese a que lleva unos días muy intensos, ha hecho un hueco en su apretada agenda para hablar con Entremedios.
¿Cómo te iniciaste en fotoperiodismo?
Bueno, esa pregunta es bastante curiosa. Empecé a sacar fotografías un poco por el recuerdo de mi padre, que era muy aficionado a la fotografía, y murió cuando yo era muy jovencito. Era una forma de recordarlo, de curar heridas. Y empecé, ya con 13 años, a sacar imágenes y fotografías.
También una forma de contar historias…
No es lo mismo sacar fotografías que contar historias, es algo que aprendí con los años. Es gracias a las vivencias que pasé en Albarracín. Aprendí que la fotografía es ir un pasito más allá, tienen que ser contadas en profundidad. Empecé a trabajar en proyectos de largo recorrido. Fue en Pakistán donde comencé a tener conciencia de obra, conciencia de autor, y empezar a tener mi propia huella fotográfica.
¿Qué fue lo que pasó en Albarracín?
Albarracín fue un sitio de encuentro, de intercambio. Donde tuve la suerte de conocer a grandísimos compañeros y profesionales con los que me di cuenta de que, al igual que en la vida no hay ni blanco ni negro, en la fotografía tenemos una escala de grises. Me di cuenta de que hay demasiadas vertientes fotográficas, donde todo se puede complementar y todo enriquece el discurso visual. Estar en contacto con Jorge Fuembuena, Álvaro Calvo, con las enseñanzas de Alberto García-Alix, Gervasio Sánchez… Fue un momento que me inspiró a añadir más elementos y a trabajar más. A intentar huir de la imagen simplona, reduccionista de una realidad, para contar historias a través de las imágenes.
¿Y por qué la guerra?
Yo no soy fotógrafo de guerra. Lo que hago es contar realidades sangrantes. Desgraciadamente, para contar estas realidades sangrantes, muchas veces viajas a países complicados. Las etiquetas son muy malas, no podemos encasillarnos. Soy un fotoperiodista que intenta contar realidades convulsas en los tiempos que nos toca vivir.
Sobre todo, de la infancia.
La infancia… Sí, porque la infancia es el futuro de una generación, de los países. Son esos sueños, son los nuevos comienzos. Estamos dejando un mundo completamente destrozado, que vaga a la deriva destruido por intereses políticos y económicos de grandes multinacionales. Corporaciones donde tratan a los seres humanos como meros números, como parte necesaria de una maquinaria que no funciona. Es muy importante centrarnos en las personas.
¿Qué papel ocupa la educación dentro de esa maquinaria?
La educación es un arma de doble filo. Si no entendemos la educación como esa arma potente, como dice Nelson Mandela, para el futuro, puede ser un arma bastante contraproducente a niveles de propaganda. La educación tiene que sentar esas bases para que los ciudadanos sean libres y tomen sus propias decisiones. Cuando la guerra, la violencia y los desastres culturales roban esa infancia, estamos condenando a generaciones y a países al olvido y a que repitan los mismos ciclos. Sin imágenes no hay memoria, y sin memoria, estamos condenados a repetir los mismos errores.
Pero tenemos memoria y seguimos repitiéndolos.
La memoria es muy olvidadiza. Tenemos amnesia porque vivimos lobotomizados. No nos acordamos ni de la primera imagen que hemos visto nada más levantarnos. Estamos expuestos a un torrente de imágenes que no nos da tiempo para observar, porque mirar no es lo mismo que observar. Necesitamos reflexionar, por lo que la fotografía se convierte en esa ventana personal que muestra el mundo de una forma personal para levantar conciencias, para plantear dudas, porque huimos de las respuestas estereotipadas. Queremos hacer pensar al espectador, queremos remover conciencias.
¿Cómo intentas que tus imágenes remuevan esas conciencias? Que se destaquen dentro de ese torrente de imágenes.
A través de un punto de vista, un acercamiento, estético. Creo que en la fotografía pueden converger muchas ramas artísticas, donde la creación de iconos sensuales hace que la gente pare y reflexione. Una imagen simplona, directa, siempre nos va a pasar desapercibida frente a una imagen que remueva el corazón y te haga pensar.
¿Tienes alguna imagen en concreto que se te venga ahora a la mente de tu exposición Educación Secuestrada?
Elegir una imagen sería desvalorizar, poner una por encima del resto. Sería dejar en el olvido a otras, y en mi trabajo me centro mucho en la humanidad de las historias que me regalan los personajes. Priorizar sobre una u otra sería complicado. Por supuesto que tengo muchas imágenes; tengo de Irak, ahora me vienen imágenes de Ucrania. También de Siria, donde estuve recientemente, y todo destrozado. De las infancias rotas, niños recogiendo su casa que está completamente destrozada, funerales… Hay muchísimas imágenes, pero, si tuviera que elegir una, sería la que aún no he sacado.
¿Y cómo vives con tantas imágenes en la cabeza?
Vivo pensando en imágenes. Cuando haces lo que te gusta es como esa película de El Ladrón de Bicicletas que dice: “hagas lo que hagas, ámalo”. El problema es que, cuando tu pasión se convierte en tu forma de vida, a veces puede rozar un poco la obsesión. Pero me siento un privilegiado de poder hacer lo que quiero. Por supuesto que detrás de cada elección, de cada fotografía, de cada historia hay un sacrificio personal muy importante. Una carga muy importante, que los fotógrafos llevamos.
¿Nadie te ha dicho nunca que estabas loco por meterte en esos países en conflicto?
La respuesta siempre ha sido: ¿Tú no estás loco por estar en una oficina ocho horas sentado?
¿En cuántos países has estado?
No lo sé. No cuento mis vivencias e historias por países, sino por los testimonios que me regala la gente. No intento ser un paracaidista.
Aparte de esta exposición, la de Educación Secuestrada, has sacado también el libro de El Colapso de Fenicia. ¿Qué intentas plasmar en ese libro?
El Colapso de Fenicia es un homenaje al lugar que me ha servido como un país de acogida. Un país donde pronto cumpliré ocho años, donde mi hijo nació. Un país que ha visto una transformación personal, del niño que venía de conflicto en conflicto, o de una crisis humanitaria a otra, y, de repente, ha madurado. Se ha hecho un hombre, por así decirlo. Es un recorrido visual para hacer memoria de un país que ha colapsado. Es una memoria visual de una situación que ahora está relegada al olvido por los intereses de la Agenda Setting, que solo muestran los intereses de los países que quieren mostrar.
El Líbano ha quedado en el olvido.
Nadie, o apenas nadie, habla ahora del Líbano, es una realidad soterrada. Y todavía existe un grandísimo dolor. El país ha colapsado y no se está informando como se debería informar. Apuesto por un proyecto de largo plazo porque me permite no arañar una realidad, no quedarme en la punta del iceberg, y contar de una forma honesta un testimonio, unas vivencias del declive de un país que fue considerado en su día como la perla de Oriente Medio.
¿Y tú cuál crees que será el futuro del Líbano?
El gran problema y la gran pregunta: ¿Cuál va a ser el futuro del Líbano? Es muy complicado. Es un país completamente disfuncional, donde no hay agua ni electricidad. Donde las sombras de la guerra civil son muy alargadas, no se han curado las heridas. Donde no hay margen para la esperanza. Un país donde el multisectarismo ha condenado a los ciudadanos al olvido, a la más profunda miseria. Y a pesar de que la comunidad internacional les ha prometido un dinero de ayuda para reformas, no aceptan ese dinero porque todo el mundo ahí implicado de este multisectarismo no quiere perder sus privilegios. Para que hubiera reformas, estas 17 sectas perderían sus privilegios, por lo que no quieren.
¿Te queda fe en la humanidad?
Por supuesto que me queda fe en la humanidad, poca, pero tengo la suerte de que mi hijo me lo recuerda todos los días.
Hay muchos fotógrafos que mueren en estos conflictos. ¿Alguna vez has pensado en dejar la cámara para no ser uno de ellos?
Mueren muchos fotógrafos, pero mueren más civiles. Y somos contadores de historias, asumimos los riesgos, los sabemos. Si pasa, pasa. Es una frase que aprendí en Nigeria: “Hoy no vas a morir, mañana ya se verá”. Son formas de vida completamente distintas de tener un trabajo normal. Pero el fotoperiodismo significa compromiso y te volverías loco pensando en que te va a pasar algo. Llegas, trabajas y sales.
Y tú siempre tienes la opción de volver.
Tenemos la suerte, de haber nacido en el primer mundo, en Occidente, donde nuestros pasaportes ya marcan una diferencia social respecto a la gente que vive en países en conflicto o empobrecidos. Que están arrastrando crisis humanitarias. Nosotros siempre podemos salir, cosa que, la mitad del mundo, solamente por el hecho de haber nacido en otro país, no tiene la oportunidad.
¿Hay alguna garantía como periodista en esos países?
No la hay, cada vez es peor. Nos hemos convertido en unos objetivos para los grandes poderes, para los grupos armados, porque se le da más importancia a la muerte de un occidental. Desgraciadamente, el periodista se ha convertido en ese centro de atención. Secuestrando o asesinando a un periodista vas a tener muchísima mayor repercusión. Y, sobre todo, no quieren dejar testigos. Y somos testigos incómodos. Testigos incómodos que denunciamos, que levantamos el tupido velo que quieren correr ante esos desastres humanitarios consecuentes de la guerra.
Ahora tienes dos exposiciones aquí en Zaragoza, una del Prólogo del Colapso y otra de El Colapso.
Sí.
¿Por qué están divididas en dos?
El libro The Fenician Colapse está coproducido por la Universidad de Zaragoza y la Fundación Futuevidence, que es una fundación americana especializada en fotografía humanitaria de derechos humanos y denuncia. Lancé un crowfunding con ellos para cubrir huecos y, al final, DKV me brindó el apoyo para, además, plasmar mi libro en una exposición. Es muy difícil condensar en un espacio expositivo lo que intento transmitir en un libro, así que es una oportunidad muy bonita para poder adentrarte en la realidad que intento plasmar.
¿Cuánto tiempo más vas a estar en Zaragoza?
Hasta mañana por la mañana, porque me voy a Albarracín. Me ha invitado Gervasio Sánchez a las jornadas de Albarracín de fotoperiodismo. Y luego, desde allí, me iré a Madrid a dar otra conferencia. Y ya vuelo al Líbano, donde vivo, donde tengo a la familia esperando.
¿Qué vas a hacer cuando vuelvas al Líbano?
Cuando vuelva al Líbano voy a intentar descansar, pasar tiempo con mi peque, patinar lo máximo que pueda (Ibarra es un gran aficionado al monopatín)… Y, por supuesto, voy a seguir retratando. Espero volver a Ucrania antes de fin de año, si no, el año que viene. Voy a seguir trabajando, porque solo hay una máxima en esta profesión: trabajo, trabajo, trabajo. Lo que has hecho ayer no sirve para mañana, no podemos vivir de las rentas del pasado. Y porque existe una necesidad vital, o yo tengo esa necesidad vital, de seguir contando historias y de seguir haciendo lo que más me gusta.
Si ahora llegara un estudiante, que está empezando en fotoperiodismo, y quiere irse a estos países, ¿qué le dirías?
Tienes que ser consciente de que esta profesión está ninguneada, es una profesión complicada, vas a tener que trabajar mucho. No te puedes rendir. Es una elección personal que conlleva muchas consecuencias, tiene muchas responsabilidades. Pero, en mi caso, es lo más bonito que me ha pasado en la vida. Que tengan la máxima de que no lo van a tener fácil, pero no es imposible. Con rasmia, con esfuerzo, con dedicación… haciendo trabajo en equipo también, no somos lobos solitarios. Tienes que juntarte con un equipo humano que te apoye a nivel profesional y a nivel humano. Yo le diría eso: trabajo, trabajo, trabajo. Y, si se deciden ir a por ello, que apuesten de verdad. Que no arañen una realidad o se rindan a la primera de cambio. Porque es una profesión con la que nacemos con un “no”. Es el mismo discurso de “nunca vas a tener una casa”, “nunca vas a tener un trabajo”. Se aplica lo mismo a la fotografía, pero no por ello dejamos de pelearlo, porque es nuestra vida.
Edición: Elena Bandrés