Entrevista realizada por Ana Estaún Ortega
Ana Palacios (Zaragoza, 1972) es periodista y fotógrafa documental especializada en derechos humanos, medio ambiente y derechos de los animales, es una de las voces destacadas en la fotografía humanitaria. Su trabajo se centra en el ámbito de los Derechos Humanos en África. Dejó el glamour del cine internacional por una cámara Canon, que es su herramienta y su voz. Lo que transmite con ella son luces y sombras, vidas olvidadas y escenarios desafiantes de los que apartamos la mirada. Sus trabajos son una mirilla a los caminos polvorientos del tercer mundo. En 2023, fue seleccionada por Canon Europa como mentora de su Programa de Desarrollo Estudiantil, que le llevó a impartir conferencias en centros educativos. Su trayectoria está respaldada sus colaboraciones con National Geographic, The Guardian, El País y El País Semanal. Ha publicado los libros Albino, Arte en movimiento y Niños esclavos: la puerta de atrás.
PREGUNTA: Septiembre, mes de cambios y nuevos inicios.
RESPUESTA:Ya tenía ganas de volver a Madrid tras un verano ajetreado de trabajo. He estado en Noruega con un proyecto sobre una granja vegana biodinámica en el círculo polar ártico, y hace unos días vine de Senegal por un posible proyecto para formar a jóvenes y facilitarles un visado de trabajo para que puedan venir como mano de obra cualificada a España.
P: Septiembre empieza fuerte… comenzaré por algo sencillo. ¿Qué querías ser de
mayor?
R. Directora de cine.
P. ¿Sueño cumplido?
R: Terminé el colegio y quise hacer cine, pero en casa no me dejaron, así que estudié periodismo. Luego fui a estudiar cine a Los Ángeles, donde estuve dos años. Ahí me di cuenta de que no valía para directora de cine, pero sí para la producción cinematográfica, que era más de logística: transportes, hoteles, llevar a los actores, al equipo técnico y artístico, etc.
P: Trabajo estresante, ¿no?
R: A mí me encantaba. Durante esos años viví del cine hasta que decidí cambiar a la fotografía y los derechos humanos, cuando tenía 37 años.
R: ¿Cómo fue eso?
Era feliz trabajando en cine, pero con el tiempo había cosas que ya no me cuadraban: gastos innecesarios, excentricidades de actores y películas.
P: Como dices, eras feliz, pero…
R: Un día, viendo un programa tipo Españoles por el mundo, vi a una cooperante en la Fundación Vicente Ferrer en Anantapur, India. Me gustó lo que contaba, y pensé: “¿Cómo puede alguien en ese lugar con tanta miseria estar tan contenta con su trabajo?”. Eso me impulsó a irme de voluntaria. Me compré una cámara mejor y me fui sin saber bien para qué servirían las fotos.
P: ¡Qué atrevida!
R: Allí descubrí algo que creo que os enseñan en periodismo: el poder transformador de las imágenes y las palabras. No sabía qué sucedería, fue un proceso lento, favorecido por mi experiencia en producción a gran escala. Mi trabajo en cine no cayó en saco roto.
P: ¡Claro que no!.. National Geographic, The Guardian, El País, CNN… ¿Por qué te llamaban a ti? Escuchándote diría que por la pasión que contagias.
R: No solo por pasión, que es fundamental. Este es un sector precario. No sé por qué te metes a periodismo… vas a ganar dos pesetas…
P: Me consta…
R: Sobre todo, diría rigor y profesionalidad, algo que la gente valora. Si ofreces calidad, la distinguirán. El poder dedicar tiempo a compartir esas vidas con esas personas para destilar la esencia del proyecto. A veces son años de trabajo en un proyecto que puede terminar en un dossier de veinte páginas y un pitch. También es cuestión de intuición y saber qué temas tienen gancho informativo.
P: Muchos de tus proyectos han sido en África. ¿Qué te atrae de esos lugares y sus historias?
R: En mi primer viaje a Tanzania, con un proyecto de personas con albinismo, algo me cautivó desde el primer día: esa paz, el no saber qué va a pasar. Todo es más ecléctico, como dicen ellos: “Vosotros tenéis el reloj y nosotros el tiempo”.
P: Tu trabajo tiene una parte cautivadora, pero también cuenta historias duras. ¿Has vivido situaciones complicadas?
R: Lo que más me impresionó fue en Benín, documentando en un hospital para una ONG sobre la úlcera de Buruli, una enfermedad tropical desatendida. Vi a un recién nacido muy enfermo que no iba a pasar la noche, y su madre, agotada, tras recorrer muchos kilómetros para dar a luz, estaba sentada a dos metros con la mirada perdida. Esa noche el niño murió.
P: Además de tu enfoque social, en tus trabajos encontramos amor por los animales.
R: Fue un descubrimiento tardío en los derechos de los animales y el activismo vegano. ¿Por qué mi perra tiene más derecho a ser mimada que un cerdo, cuando matan a 11.000 al día?
P. ¿11.000 al día?
R. Esto me consta positivamente porque estuve en una granja hace dos días, en un matadero. Por ello, intento hacer lo que pueda para tratar de cambiar las cosas. Mi activismo seguramente no será ir a una manifestación y pintarme la cara,
pero desde mi profesión voy a tratar de sensibilizar lo que pueda.
P: Un activismo desde la practicidad.
R: Respeto a las personas que lo hacen así. No creo que lo mío sea ni mejor ni peor. Hay gente que lo hace con su música, hay gente que lo hace con su literatura, hay gente que lo hace en las calles o encadenándose a las vallas de las granjas.
P: ¿Crees que el periodismo puede impulsar cambios sociales?
R: El periodismo es una corresponsabilidad del periodista, del editor, del director y de la audiencia, que también es responsable de los contenidos que decide consumir. Puede ser transformador, pero requiere voluntad de todas las partes.