La fascinante actuación de Joaquin Phoenix convierte al mítico Joker en un enfermo mental para grabar en nuestra mente una risa que poco tiene que ver con la alegría. Todd Phillips crea un Gotham alejado de la ficción de DC y los personajes fantásticos.
Joker y Batman siempre han sido la pareja perfecta… hasta que hemos descubierto al primer personaje en solitario. Una risa enfermiza y una mirada pavorosa transforman al payaso interpretado por Phoenix en una culminación entre lo maravilloso y lo aterrador.
Lawrence Sher, director de fotografía, ambienta la famosa ciudad de Gotham en los años 70, repleta de colores pálidos, metálicos, que se corresponden con el universo del protagonista: un universo mental dañado y perturbador que vamos descubriendo mientras se desarrolla el film.
Arthur Fleck es un payaso frustrado que mantiene vivo el sueño de ser cómico y salir en televisión. Cuida de su madre (Frances Conroy) mientras intenta cuidar de sí mismo. Lo más curioso es cómo la risa es la parte de su vida más viva y, a la vez, la más negra, su lado oscuro: es una risa escandalosa y nerviosa que Pheonix desarrolla a la perfección para provocar en el espectador (y los que rodean al protagonista) una incomodidad asustadiza. Sin duda, un éxito conseguido por parte del actor que refleja el trabajo invertido tras la pantalla para reflejar a través de esta la mezcla de psicosis y esquizofrenia que dominan a su personaje.
El largometraje encuentra la forma perfecta de desarrollar la locura de Arthur, que poco a poco encuentra en su peculiar lacra una forma de sacar su “yo real”: el Joker. En su soledad, va creando al payaso que siempre soñó ser, tomando la justicia por su mano en una dura crítica al liberalismo, representado, entre otros, por los personajes de Robert De Niro (Murray Franklin) y Brett Cullen (Thomas Wayne). Arthur lucha por conseguir lo que su madre siempre le había prometido: un futuro mejor por cortesía de su supuesto padre.
Cuando descubre que nunca lo podrá lograr, parece que el cambio comienza a surgir. Arthur va desapareciendo, ocupando un segundo plano, cuando el Joker toma el control de su cuerpo y de su mente. Su alter ego no piensa dos veces antes de actuar, pero las consecuencias de sus actos, en lugar de ser malas para él, le invitan a seguir cometiendo crímenes. Joaquin Phoenix logra que esa evolución de su personaje nos atrape y nos cause miedo, adoptando una frialdad que vemos cada vez más latente y fuerte en sus ojos.
Considero que en la película hay dos elementos clave que definen el gran cambio de nuestra estrella y que lo representan: el baile y el maquillaje. Dos de las escenas más fuertes del ‘Joker’ –aunque es difícil elegirlas debido a la gran cantidad de secuencias impactantes que componen el film– son las famosas escaleras y el momento en el que se pinta la cara mientras le brotan ríos de lágrimas que recorren sus mejillas.
El momento del baile es la cumbre de la transformación, que transporta al espectador a la mente de Arthur y nos lleva con él en su viaje hacia su propia liberación personal. El espejo donde se maquilla también incluye al público en el escenario donde el payaso inocente desaparece, donde no existe otra persona, donde el Joker ya es el Joker. Donde el cambio ya está hecho.
Un recorrido audiovisual fantástico que hace al villano protagonista, que rompe con la estética actual de los superhéroes y nos lleva a sentir una extraña compasión por ese asesino risueño y loco que es, al final, el héroe dentro del caos.
Ficha técnica
Título: Joker
Dirección: Todd Phillips
Actores principales: Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Zazie Beetz, Frances Conroy, Brett Cullen
Duración: 121 minutos
Exhibición: cine
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Autora: Elena Álvarez
Editora: Andrea Aragón
Redactora jefe de la sección: Andrea Aragón
