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Javier Cámara: “Empatizar con el fracaso es fundamental”

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– Texto y fotografías de Clara Marín –

Una conversación entre amigos que se alarga en un bar hasta altas horas de la madrugada. Esa sería la descripción perfecta de la cuarta sesión virtual del ciclo “La Buena Estrella” que tuvo lugar este viernes. Tumbado desde su cama, Javier Cámara habla con confianza junto a Luis Alegre sobre su juventud y su imprevista vocación.

Nacido en Albelda de Iregua, un pueblo de La Rioja. Único hermano varón y procedente de una familia de campesinos. Tenía todas las papeletas para quedarse en él y convertirse en agricultor para seguir los mismos pasos que su padre. La distancia que únicamente otorga el tiempo le ofrece hoy la perspectiva y las razones de su progenitor. Un hombre al que nunca logró entender durante su adolescencia y con el que mantenía disputas asiduamente. “Yo nunca descubrí a mi padre, él tampoco se dejó descubrir”. Ahora se da cuenta de que se parecen más de lo que imaginaba y explica cómo ambos han pertenecido al gremio de “un bien de casa ajena”, donde el humor no tenía demasiada cabida en el día a día.

Fuera de casa, su padre tocaba el saxofón para ganar algo más de dinero del que aportaban las tierras, pero la vida no le proporcionó el mismo éxito que posteriormente gozaría su hijo. Solía contarles con ilusión y nostalgia como coincidió en la mili con el saxofonista Pedro Turrialde. En sus ojos se podía ver la frustración de un sueño que jamás se cumpliría, confiesa el actor.

“Cada uno conoce el límite de su talento”. Una idea que le enseñó José Luis Alonso de Santos durante su etapa de estudiante en la Escuela de Arte Dramático de Madrid. Javier Cámara afirma que nunca les dejó soñar más allá de sus capacidades. Un pensamiento que concordaba con su carácter y forma de ver la vida. Nunca imaginó trabajar junto a Sorrentino o Almodóvar y fue precisamente esa falta de ambición la que le mantuvo con la misma alegría y lo salvó de la frustración. Entre sus planes nunca estuvo el de brillar, sino el de ser feliz.

“La putada de esta profesión es que te ha dejado entrar, pero en cualquier momento te va a dejar salir”, asegura abiertamente. La entrada de Javier Cámara comenzó en el lugar más insospechado. Recuerda que su primer papel como actor fue el que ejerció en su colegio católico de Los Padres Salvatorianos de Logroño. Lejos de tratarse de una obra teatral, su primera interpretación fue en la vida real, al hacer ver que sentía cierta devoción para conseguir mejores notas. Sin embargo, pisó el escenario por primera vez en la Universidad Laboral. No podía permitirse ir a la cafetería, de modo que pasaba su tiempo libre merodeando por los pasillos. Uno de sus profesores favoritos, Fernando Gil Torner, quien creó el Teatro Pobre, le animó a entrar en la sala para no pasar frío. “Lo maravilloso de la educación es que hay profesores que ven cosas en sus alumnos y les intentan motivar”, afirma entusiasmado. Fernando le animó a viajar a Madrid. El resto, os lo podéis imaginar.

Con sus dieciocho años se sentía como un niño en esa gran ciudad. Su pueblo le “ahogaba” y necesitaba alejarse de él para encontrarse a sí mismo. El primer día de clase recibió sus primeras respuestas: “Yo no sé lo que quiero ser, pero lo que sí sé es que no me quiero ir de aquí. De aquí no me van a echar”, recuerda sonriente sus pensamientos. En el fondo sigue considerándose ese chico frágil y tímido de pueblo. Un pueblo que puso su nombre a la plaza en la que nació. El orgullo por sus orígenes no entiende de tiempo ni de éxito. Ejemplo de ello es la publicidad que hace de su Comunidad Autónoma cada vez que bebe agua en una botella reutilizable de La Rioja durante la videollamada.

Una videollamada que comparan jocosamente con un partido de fútbol, concretamente con el gol de Nayim en el minuto 120. La sesión más larga en la historia de los 25 años del ciclo. Dos horas que Javier Cámara consigue acelerar con numerosas anécdotas y lecciones.

Sus reflexiones son dignas de admirar, así como su forma realista y esperanzadora de ver y vivir la vida. “Empatizar con el fracaso es fundamental”. Una vida en la que caben los fracasos, no como elementos a olvidar, sino como enseñanzas a aprender. “Los éxitos te llevan a un lugar muy equívoco” y es precisamente la gente que pierde “en la que hay que fijarse”. Javier Cámara prefiere alejarse de los convencionalismos, la perfección y el éxito como meta. Admite que cambia con cada personaje, con cada historia. En su interior sigue muy presente ese joven que llegaba desconcertado a Madrid cargado de chorizos y sobaos. Esa mentalidad que defiende que perderse es la mejor forma de encontrarse.

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