Texto: Eduardo Ramírez. Fotografías: Christie’s.
Es innegable que vivimos en un mundo repleto de tecnología. Los bits y la electricidad recorren cada zona de nuestro hogar, lugar de trabajo e incluso los espacios dedicados al ocio y la cultura. Pero un campo en el que lo artesanal sigue primando es en el arte. El terreno de Da Vinci, Van Gogh y Picasso es un mundo en el que la importancia de la pintura física o el material escultórico es indiscutible. O por lo menos, solía ser así. La razón de este progresivo cambio es una muestra más de que el mundo va evolucionando hacia lo etéreo: las obras de arte digitales y los NFT.
Con el término NFT nos referimos a Not Fungible Token, o Token No Fungible. Un NFT es, en esencia, una unidad de valor que no puede ser intercambiada por dinero. Es decir, las propiedades concretas de esa unidad hacen que cada uno sea único e intransferible. Un símil de esto podría ser algo parecido a lo que ocurre con Las Meninas de Velázquez. Un ciudadano puede fotografiar el cuadro con mayor o menor calidad, pero jamás podrá afirmar que posee la obra original. De esta misma forma es como se realizan las nuevas ventas de cuadros y obras digitales. Con este “certificado de compra” que suponen los NFT, la persona que adquiera el producto se encuentra en posesión de un dibujo, pieza audiovisual, o libro digital concreto.
Pero ¿por qué se ha visto esta práctica envuelta en polémica? El motivo por el que el arte digital está cada vez más presente son las astronómicas cifras que este adquiere durante su subasta. La última gran venta que tuvo una repercusión sonada fue la del artista Mike Winkelmann, alias «Beeple», quien vendió el NFT de su obra Los Primeros 5.000 Días (un collage de 5.000 imágenes) por 69 millones de dólares. De este modo, las redes se hicieron pronto eco de la compra y comenzó la discusión entre aquellos que consideraban a esta práctica una estafa y los que la defendían alegando que era la transformación hacia una economía más digital. Uno de los más críticos con este tipo de comercio fue Charles Allsopp, conocido hombre de negocios británico y exsubastador de la casa de subastas Christie’s (que goza con gran trayectoria en Reino Unido y Estados Unidos): «Creo que la gente que invierte en ello es un poco boba, pero espero que no pierdan su dinero».
La realidad es que, mientras que una escultura tradicional puede ser tocada y apreciada físicamente, estos archivos digitales no tienen presencia concreta más allá del mundo tecnológico. Es decir, no ocupan un espacio físico, lo cual supone una polarización entre la ciudadanía al hablar de la subasta de este tipo de obras. Otro ejemplo de estos grandes intercambios lo encontramos en uno de los fundadores de Twitter, Jack Dorsey, que vendió el primer tuit de esta red social por un valor de casi tres millones de dólares.
Sin embargo, el negocio no solamente se limita al mundo artístico. Gracias a este novedoso mercado, gran cantidad de inversores o propietarios se dedican a este intercambio de tokens y generan números extremadamente elevados gracias al uso de criptomonedas. Es decir, dinero completamente digital, al igual que sus productos. El problema reside en que, debido a las masivas compras que se están sucediendo, existe la posibilidad de que se esté creando una burbuja en el sector que puede explotar en algún momento. Todo ello unido a la inestabilidad de dicho mercado, ya que el valor de los NFTs o las criptomonedas puede variar de un extremo a otro en muy poco tiempo. Como prueba, nos encontramos a la Dogecoin, una criptomoneda adornada con la cara de un perro de un meme muy popular en Internet, que comenzó siendo una broma, pero que hoy en día ha alcanzado cuotas de valor muy altas después de que el multimillonario y dueño de Spacex Elon Musk dijera en un tuit que colocaría una de ellas en la Luna.
Polémicas aparte, es evidente que estas nuevas acciones van ganando un hueco en la economía global. Si la explosión de la burbuja digital no lo impide, el plan de todos estos ciberinversores y artistas es crear proyectos más ambiciosos aún. Entre ellos, galerías de arte completamente digitales o edificios arquitectónicos que solamente tienen cabida en la web. Sin embargo, habrá que esperar a lo que suceda en el mercado, ya que, como en la vida, nada es seguro, y el cambio puede surgir en los momentos más insospechados.