– Texto de Jara Sacristán Miguel –
El término Paraninfo tiene su origen en el latín tardío (paranimphus). Entonces, se utilizaba para referirse al padrino de bodas. Una definición que dista mucho de lo que es ahora el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Y, sin embargo, el pasado lunes abandoné su Aula Magna con el compromiso honesto de escuchar más música de autor. Pero sobre todo la música de ellas, una nueva generación de cantautoras que viene pisando fuerte, con nombres como Ainhoa Buitrago o Elem, a quienes la última invitada del ciclo El tiempo de las mujeres, abrió camino en un género que hasta hace unos años, solo reconocía con mérito a los hombres. Así, acudía a esta cita María de los Ángeles Rozalén. Pero, ¿quién es ella?
Trajo consigo una camisa plata jaspeada y la sonrisa que lleva siempre a todas partes. Mientras, en la sala, recuerdos de su infancia y una canción que solía cantar con sus abuelos en Letur, el pueblo que la vio nacer. Allí dio sus primeros pasos en la música y cultivó una libertad que, dice, anhela cada día más. Quizás por eso trata siempre de escaparse a la naturaleza de sus campos. Porque tiene las raíces bien marcadas en su tierra. Porque Rozalén es cachitos de folklore y cachitos de su familia.
Familia que se forjó con el sacrificio y la valentía de sus padres. Un sacerdote que colgó los hábitos para casarse con la mujer que amaba, la madre de Rozalén. Ocurrió en mitad de los convulsos 70, y años más tarde la historia se grabaría en una canción de la propia artista, “Amor Prohibido”, de la que su padre sustrae que a veces hay que hablar de lo que duele.
De lo bello y de lo siniestro; de lo anecdótico y lo especial. Que cuando era niña no tenía habitación, sino que dormía con su madre, o que aprendió a tocar la bandurria con 7 años. Hoy se define como alguien que cada día se parece más a su abuela. A veces como una mujer que le ha cogido el gusto a hacer conservas de tomate y mermelada. También un ser vulnerable, que tiene miedo de lo que la gente espera de ella. Pero sobre todo, una persona que atrae buenas compañías. Por eso, el Aula Magna se llenó de artistas y allegados como el poeta Omar Fonollosa o compañeros de profesión como La Ronda de Boltaña y el rapero Kase.O. Ninguno quiso perderse esta cita.
En el ciclo se le preguntó por la actualidad y confesó sentirse muy mal con lo que está ocurriendo en Gaza: “Desde entonces yo no estoy bien, no creo que nadie lo estemos”. Aferrándose a lo bello, dice, es la única manera de seguir, o al menos así es como ella da sentido a sus canciones. Desde el folklore hasta la reivindicación, su música es combativa para la lucha contra el cáncer, la visibilización del amor libre o la salud mental. Y por fín nos desveló su secreto para componer: la constancia. “Aunque a veces las canciones salen solas del tirón -explicó entre risas-. Es la broma de los cantautores. Cuando rompes con tu pareja haces dos discos dobles”, sonreía. Puede que tenga razón -o no-, pero en el repertorio de la artista no abundan precisamente las canciones de esa temática. “A mí me cuesta mucho hablar de amor”, confesó segundos más tarde. Sin embargo, anunció que en su próximo disco las habrá, y también las habrá de duelo. Es el retrato de lo que ha vivido la artista en los últimos meses.
La tarde de la que os hablo duró lo que dura un suspiro; fue breve, pero muy intensa. Dulce; la mayoría de veces, salvo cuando tocó hablar de la fama. Para la ocasión, Rozalén escogió unas palabras de su abuela: “Nadie que desea la felicidad, desea la fama”. Y explicó que le empezaron a llegar muchos mensajes de odio después de publicar algunas canciones suyas como La puerta violeta o Girasoles. “Llegué a pensar que todo el mundo me odiaba”, expresó. Dice que ahora escribe con mucho miedo y que a veces se autocensura. Mientras, en la primera fila de la sala, el rapero Kase.O asentía como si con él fuera la cosa. Parece que esto es una constante en la vida de cualquier artista.
Pero sabemos que también cosecha éxitos y muchos. En tan solo 10 años pasó de tocar en garitos de cantautores a llenar el Wizink Center. Y, reconoce, los inicios no fueron fáciles: “Llegar a Madrid fue duro porque de repente te sientes sola en la ciudad más poblada del país”. Sin embargo, el asunto fue mejorando. Incluso, ganó un Goya: “Cuando dijeron mi nombre me explotó un ojo”, exclamó. Aquello sucedió en el año telemático y señaló que no tuvo miedo de caerse por las escaleras. Todo un alivio para una cantante cuyos planes no eran ganar un Goya, sino ser psicóloga.
Y fíjate cuántas vueltas da la vida… Las justas para que Rozalén aterrizase en Zaragoza el pasado 23 de octubre y nos dedicase una canción. Una tarde de reflexiones, de sinceras e inspiradoras conversaciones. “No me olvidéis -insistía la artista-. Creo que me queda mucho tiempo para cantar. Así que, por favor, no me olvidéis”. Y cómo hacerlo, Rozalén, con esa gracia que tú tienes. Y cómo hacerlo, con tus letras y tu sensibilidad sonando en nuestro día a día. Enseguida se gastó la hora y media de ciclo y no se le ocurrió otra que despedirse con una broma. Según la artista, uno de sus sueños es retirarse a los sesenta y muchos a un centro cultural en la montaña. No descarta hacerlo en el Pirineo aragonés. Lo que es seguro es que nos la encontraríamos cantando. “Qué venga quien quiera”, exclamó. Pues, hasta allí viajaríamos, Rozalén, solo por escucharte de nuevo.