Texto y fotografías: Lucía Navas
Recuerdo el último día de colegio del año. La chocolatina del calendario de adviento tenía un sabor diferente, especial. Anunciaba la llegada de las vacaciones de Navidad; la hora de compensar las trastadas que habías ideado en los meses anteriores, de escribir la carta más importante. Tal vez sea la única carta que los niños escriban ahora a lo largo del año, pero sus destinatarios siguen siendo mágicos.
Tiempo de ilusión, champán y muérdago; de reencuentros. En Navidad, Zaragoza se tiñe de un color especial. El espíritu navideño invade las calles y los comercios, las casas y los corazones. Tras ese último día de clase, recuerdo pasear por el centro y descubrir la magia de mi ciudad. Hoy todo está cambiado. La oferta es distinta, pero se respira el mismo ambiente.
No hay nieve, pero los valientes disfrutan desde las alturas de la Plaza del Pilar, mientras se deslizan con trineos neumáticos. Los que se atreven con el equilibrio patinan en la pista de hielo sufriendo algún que otro culetazo. Los más pequeños pueden hacerlo subidos en renos y muñecos de nieve eléctricos, y gozar de las vistas desde el clásico carrusel, en el que tanto me gustaba montar de pequeña.
No me olvido de la carta, los que ya tienen decidido qué pedir en ella pueden hacer una visita al lapón más famoso y entregársela en su casa de Zaragoza a partir de las diez de la mañana. A Papá Noel no le gusta madrugar, aprovecha las noches para preparar los encargos más especiales y viajar.
Si todavía quedan ganas de escribir, podemos acercarnos a un árbol lleno de estrellas del que cuelgan los deseos navideños. Mi lugar favorito. Unos piden cosas materiales, otros salud, amor, e incluso que otra persona les “aguante” toda la vida.
Las figuras que conforman el belén más grande de España nos acompañan en el viaje a través el tiempo. Los soldados, las lavanderas, el herrero y su fragua, el niño con la gallina en la bolsa y la noria de madera ya forman parte de la ciudad; son maños. Los Reyes se dirigen al portal con sus regalos. Están muy quietos, creo que es para despistar. Y finalmente, el nacimiento: José, María y el Niño en su pesebre, escoltado por la mula y el buey. Prefiero no hacer ruido para que no se despierten.
La ciudad se mueve al ritmo de villancicos. La gente camina entre casetas de madera resguardadas por la imponente Basílica de Nuestra Señora del Pilar, nosotros la llamamos la “Pilarica”. Desde su puesto de quesos, la vendedora asegura que la feria navideña de Zaragoza es una de las más bonitas a las que acude, en parte por su entorno “mágico”.
Después de este paseo, recuerdo coronar mi árbol con la estrella desde los brazos de mi padre y montar el belén en su rincón especial con toda la familia, justo antes de preparar la enorme mesa para la Nochebuena.
Queridos Reyes Magos, en mi carta de este año solo os pido una cosa: despedir la década entre risas, abrazos y, sobre todo, mucha magia.