Pascual Grasa nació y creció en San Pelegrín, una pequeña aldea de Huesca. Actualmente, a sus 66 años vive en Zaragoza con su mujer y su hijo. De joven le gustaba hacer deporte y ayudar a la sociedad, por lo que decidió ingresar en la Guardia Civil. Pero esas dos pasiones se vieron truncadas el 11 de diciembre de 1987, cuando cuatro activistas de ETA atentaron contra la casa cuartel de Zaragoza.
- ¿Qué estaba haciendo usted cuando pasó todo?
Yo vi perfectamente cómo dejaron el coche bomba. Eran las seis de la mañana, en ese momento estaba de servicio con mi compañero cuando vimos que un coche se estacionaba en la acera de enfrente. Me acerqué a decirle al conductor que no podía pararse ahí, entonces salió del vehículo y comenzó a salir humo del coche.
- Y en ese momento, ¿qué hizo?
Intenté detenerlo, pero me cogió un poco de ventaja porque a aquellas horas de la mañana la puerta del cuartel estaba cerrada. Salí a una calle contigua para ver si podía alcanzarlo, pero fue imposible porque detonó la bomba y la onda expansiva me lanzó varios metros: como si fuera una ola de mar. Perdí el conocimiento y ya lo siguiente que recuerdo fue que me desperté en el hospital.
- Tuvo que ser duro, abrir los ojos y descubrir lo que había pasado.
Yo no vi que el edificio se derrumbaba, pero sí sabía que se iba a producir un daño importante. De hecho, en un principio me resigné a morir. Pero cuando desperté en el hospital y vi que habían fallecido personas me dolió mucho. Los daños materiales tienen solución, un edificio se reconstruye se reconstruye, pero las vidas que perdimos aquel día no.
- ¿Su familia se encontraba en el edificio en el momento de la explosión?
No, por suerte nosotros no vivíamos en el cuartel. Pero muchas otras familias no tuvieron la misma suerte. Un compañero acaba de trasladarse hacía veinte días con su mujer y su hija; él y la niña perdieron la vida.
- Y supongo que después vino lo peor…
A ver… Me sentí muy arropado por mis compañeros y por el cuerpo de la Guardia Civil. Aunque los que de verdad sienten todo contigo son los que están a tu lado, no los que están detrás de una ventanilla.
- Entiendo que se refiere a la parte burocrática…
Sí, hasta el año 1999 no hubo una ley de víctimas del terrorismo. Las víctimas andábamos como perdidas, éramos considerados como víctimas de un accidente de tráfico o laborales. Accidentes casuales, no como víctimas a las que le han causado un daño. Realmente a mí el terrorista no me conocía, ni yo a él. No hubo ni siquiera enfrentamiento verbal. Nada de nada.
- En aquel tiempo quien más les amparaba era la asociación de víctimas del terrorismo, ¿no?
A partir de la Ley de Solidaridad ya las víctimas quedaron más respaldadas. Pero hasta entonces, las asociaciones eran las que se presentaban como acusación popular. En mi caso, no tenía medios para presentarme como acusación popular, bastante tenía con superar las secuelas.
- Imagino que también fue un gran apoyo moral…
Muchas veces para una víctima del terrorismo con quien más fácil es hablar es con otra víctima. De alguna manera te entiende. Para mí hablar con alguien que haya sufrido lo mismo me ha sido más fácil. A mí me cambió la vida ver la humildad con la que seguían adelante. Ahora sigo en ella como un asociado más, pero años anteriores fui secretario general y me siento afortunado.
- ¿Cómo se sintió cuando el Tribunal superior de Justicia decretó la puesta en libertad del etarra Josu Ternera?
Te sientes fatal, es como si volvieras a sentir nuevamente el atentado… hay daños físicos, pero también otros que te dañan el corazón.
- ¿Cree usted que Rajoy y Zapatero aceptaron las exigencias de ETA para intentar frenarlos?
Yo creo que sí. Siempre he pensado que para hacer concesiones después de diez, veinte, treinta años… ¿Por qué no las hicieron al principio? Nos hubiéramos ahorrado muchos muertos, mucha sangre y mucho dolor. No se debe admitir ninguna exigencia, un Estado debe ser fuerte y tiene que estar por encima de una banda terrorista.
- Actualmente vemos que se está pidiendo el acercamiento de los presos a sus hogares, ¿qué piensa de esta cuestión?
No me importa demasiado, lo que sí me importa es que cumplan con su castigo. Que la ley y los juzgados hagan justicia. Esa es la diferencia entre los terroristas y las víctimas, nosotros no somos como ellos. Pero queremos justicia.
- ¿Cree que se merecen el perdón?
No. Yo no perdono. Puedo perdonar un daño que no se quiere hacer, algo accidental. Pero es que los terroristas se preparan para matar más y mejor. Entonces, una persona que se entrena para causar daño y muerte no merece mi perdón. Fue un acto premeditado y estudiado, a una hora en la que sabían que había familias durmiendo. En mi caso, aquel terrorista sabía que en el cuartel vivían familias enteras… ni por eso, ni al vernos a mi compañero y a mí, tuvo compasión… Así que, por mi parte, de perdón nada.
- ¿Hablaría con ellos?
No, porque hablar con ellos significaría que justificaran sus actos. Para mí no tiene justificación y tampoco quiero ponerme al mismo nivel.
- ETA fue erradicada en 2011, ¿cree que es así?
Desgraciadamente, creo que aún sigue en el pensamiento de algunos. Aunque ahora mismo no tienen la fuerza y el poder de entonces.
- ¿Qué ha sacado de todo esto?
Lamentablemente, ningún atentado ha servido para nada, más que para crear dolor y destrucción. Un terrorista no va a conseguir nada nunca. Hay que concienciar a la sociedad de que tenemos que estar preparados y, de alguna manera, hacer frente a todo crimen. Intentar erradicar toda la maldad que se pueda y trabajar por la libertad y el bien de la sociedad.
Autora: Judit Macarro