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La edad de oro de las películas y series de videojuegos

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Autor: Jesús Aina

Arcane viene a reafirmar la exitosa tendencia de las producciones cinematográficas de videojuegos de éxito.

League of Legends no es santo de mi devoción. Mis amigos ya han intentado en varias ocasiones que me enganchara al MOBA de Riot, pero todas esas intentonas han quedado en agua de borrajas. Hace un par de semanas Netflix estrenó Arcane, una serie de animación basada en el universo del LOL; y ahí estaban mis amigos erre que erre insistiendo para que la viera. Aunque reticente, accedí. Sabía que iba a ser un producto de calidad porque las animaciones con las que promocionan el videojuego son impecables, pero no estaba excesivamente emocionado.

Esa desgana se tornó en fascinación en cuanto visualicé los primeros episodios de la serie. Aun sin conocer a las protagonistas de antemano ―habituales para los aficionados del videojuego―, ni entender referencias y otros easter eggs; me enganché. Primero por su apartado visual: original y detallista. También por el entorno: dos ciudades, una elitista y próspera; otra marginada y decadente. Sin olvidarnos de la trama: ágil y con varios giros de guión inesperados. Estos elementos se combinan orgánicamente creando un producto que ha convencido sobremanera al público general.

Arcane se ha posicionado como número uno en más de treinta países.

¿Alguien se acuerda a estas alturas de El juego del calamar? Esa serie coreana que inesperadamente se alzó con la corona de «reina de Netflix» con más de 140 millones de visualizaciones. Eso ya es historia porque parece que alguién le ha ganado en su propio juego. Y esa triunfadora es Arcane. Reafirmando el poder de arrastre de los videojuegos, Arcane se ha posicionado como la número uno en más de treinta países. Una nueva inquilina en el trono.

A diferencia de lo que ocurrió a principios de siglo, parece que últimamente la industria trata con más mimo a las producciones basadas en videojuegos. Recordemos aberraciones como las películas de Tomb Raider protagonizadas por Angelina Jolie, las ―si todavía caben― peores adaptaciones de Doom, o los mediocres largometrajes de Resident Evil. Las últimas ocasiones que hemos pasado por las salas de cine para disfrutar de nuestro videojuego favorito han sido, desde luego, veladas mucho más agradables. La reciente aparición de Geralt de Rivia en la pequeña pantalla, o las aventuras de Pikachu y Sonic en los cines han propiciado un cambio de paradigma en el que ya no vale cualquier cosa para atraer a los aficionados. Arcane sabía lo que quería el «fandom», y le ha dado una sobredosis.

Estamos inmersos en una época propicia para consumir contenido audiovisual, y en una particularmente boyante en lo que a adaptaciones de videojuegos se refiere. Con las miras puestas en 2022, los jugadores asistiremos a un festival de estrenos: la ilusionante serie de Halo, la querida u odiada película de Uncharted o la esperadísima cinta del fontanero más conocido del mundo. Nintendo, Sony y Microsoft lanzan al mercado tres de sus buques insignia.

Las expectativas son simplemente incontrolables. No tengo miedo a poner la mano en el fuego y afirmar que van a ser auténticos bombazos. Tampoco me asusta pronosticar que serán producciones de gran calidad. Ahora que los aficionados hemos degustado producciones de gran calidad, no nos conformaremos con medias tintas.

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