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Los ruidos de la mente

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Texto: Paula Gracia Juano. Fotografía: Adrián Lahoz y Pixabay

Cuando una persona tiene molestias en la rodilla o le duele la cabeza, acude al médico. ¿Por qué cuando uno se siente triste, tiene alguna preocupación o no es capaz de controlar sus emociones, no acude a un psicólogo? ¿Se tiene miedo hoy en día a ir a estos especialistas?

Son las cinco de la tarde del jueves 31 de octubre de 2019. Patricia Nuez, una joven de 29 años con pelo rizado, morena y gafas ovaladas, está trabajando en su consulta, iluminada por una amplia ventana. Sobre la mesa, ella un cubilete de bolígrafos, una botella de agua, una libreta, una maceta y una fotografía familiar. Las paredes tienen un dulce color azul pastel y están adornadas con los diplomas de sus titulaciones. Patricia es graduada en Psicología, tiene un máster de Dirección de recursos humanos y desarrollo del talento y otro de psicología clínica y psicoterapias aplicadas. Está escribiendo un artículo para su blog sobre el miedo que tienen algunas personas a hacer terapia psicológica.

En personas de su entorno ha observado que “yo no estoy loco” es la primera frase que dicen cuando se les propone recibir ayuda o terapia psicológica. Hay un rechazo social acerca de lo que representa la psicología actual, perdura la antigua y ficticia idea de asociar al psicólogo con enfermedades mentales graves como puede ser el caso de trastornos psicóticos y no con problemas cotidianos como la ansiedad o depresión. Presentan una resistencia a ir a estos especialistas por el miedo a la estigmatización, a ser juzgados o etiquetados.

Es una sensación extendida, explicada así por una paciente: “Tenía miedo de descubrir algo terrible de mi pasado que me destrozara internamente pero llegó un momento que tuve que buscar una salida para el beneficio de mi bienestar, necesitaba más ayuda y recursos para poder solucionarlo. Por una parte, tenía miedo de que pensaran que era débil o que me pasaba algo raro y me rechazasen…, pero por dentro mi mente me mandaba excusas y argumentos que justificaban no hacerla”.

Mónica Latasa también es psicóloga. Tiene 36 años, un tono de voz dulce y vivos ojos oscuros. “Una de las alarmas más comunes que se activan a la hora de plantearse ir al psicólogo es el no estar dispuesto a exteriorizar los sentimientos y las emociones por vergüenza, sobre todo la gente que es muy reservada, el no conocer al especialista puede resultarle violento”, asegura.

En el día a día podemos congeniar más con unas personas que con otras y con los psicólogos puede ocurrir lo mismo porque se establecemos un tipo de relación que es de vital importancia valorarla como positiva y de confianza, “si este no fuera el caso, hay derecho a cambiar de psicólogo”, apunta Mónica. La solución es el cambio, no el abandono, cuando creamos que no nos ayuda.

La desconfianza hacia el profesional puede generar inseguridad, pero hay que tener claro que un psicólogo tiene una formación académica especializada y no es, explica Mónica, “una personas que te escucha durante una hora y te da consejos como puede darte tu amigo”.  La psicología es una ciencia, y como tal sigue un método científico poniendo en marcha el análisis funcional de la conducta. Trata de analizar y comprender al ser humano y su relación consigo mismo y el mundo.

Por otro lado, la falta de recursos económicos es otro de los impedimentos más presentes. Patricia Nuez alude a ello: “En la sanidad pública los servicios psicológicos son escasos y al decidir ir a terapia privada el precio es muy elevado, al tratarse de una terapia larga. Hay que verlo como una inversión, no una pérdida de dinero, ya que la mente es salud, y en mi opinión es una de las cosas más importantes.  Si estás a gusto con tu mente serás feliz”.

El hecho de no tener suficientes psicólogos en la sanidad pública genera un crecimiento de la demanda de los privados, lo que conlleva a que el coste sea más elevado. El Instituto Aragonés de Estadística apuntaba en 2018 que la dotación de personal en la atención primaria en Aragón fue de 18 psicólogos.

Detrás de cada persona suele haber miedos que no dejan que el ir a un psicólogo sea una acción normalizada. Todo psicólogo tiene como objetivo el bienestar de su paciente, solo ayuda. “No es un problema de la sociedad, es individual, porque si cada persona viera esta situación como una cotidiana, se normalizaría y se tomaría consciencia social sobre la salud mental”, concluye Mónica Latasa.

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