Texto y fotografías: Carmen Borobio Laguna
21.329, esa es la cifra actual de donantes aragoneses. No obstante, ¿cómo es esa primera donación? ¿Qué lo motiva? Sea como sea, es algo que hace que dediques 20 minutos de tu tiempo por dar algo sin recibir nada a cambio y, normalmente, una vez que donas sueles repetir.
En 2015 acompañé a mis tíos al médico, no sabía exactamente a qué. Al llegar a la puerta del centro de salud conocí por primera vez lo que era donar sangre y los puntos de donación temporales. Ambos donaron aquel día junto a mi primo. Desde ese momento, me amarré a la idea de que en cuanto pudiese, yo probaría a donar, haría cómo ellos y prestaría 20 minutos de mi tiempo para algo que nos beneficia a todos.
Con 18 años recién cumplidos, un peso mayor a 50 kilos y en general, buena salud, me convertí en una persona apta para comenzar a donar sangre. En octubre, me informé sobre la donación llamando al Banco de Sangre y Tejidos de Aragón, atendieron mis dudas muy interesados e insistieron en que visitara cualquiera de los puntos fijos de donación en Zaragoza. En enero por fin convencí a un amigo para que me acompañase e ilusionada me acerqué hasta el Hospital Clínico de Zaragoza. Sin embargo, unas semanas antes me había contagiado de covid y eso, por aquel momento, me invalidó para la donación.
Casi un mes después, la tarde del 9 de febrero, abrieron un punto de donación en el campus de San Francisco de la Universidad de Zaragoza. Decidí acercarme y preguntar si esta vez podría donar, el “sí, por supuesto” de uno de los enfermeros, disparó de golpe un poco de tensión e inquietud entre la incertidumbre del momento.
Rellené un formulario, pasé con el personal médico y me tomaron la tensión y el azúcar. Sorteé levemente los límites con el azúcar bajo y me dieron un zumo para compensarlo. Una vez tumbada en la camilla con las piernas en alto, me picharon y explicaron que debía abrir y cerrar la mano. Me lo esperaba mucho más impactante, el pinchazo no fue molesto y los enfermeros muy atentos se turnaban pendientes de todos los que ocupamos las camillas.
Mi sangre no fue la más rápida en salir pero llené la bolsa y un par de tubos para analizar. Sin duda, tanto mientras donas como cuando terminas, te encuentras extraño pero no incómodo. En mi caso todo fue bien. Los enfermeros fijaban su atención en nuestra recuperación y antes de irnos, nos dieron un bocadillo y agua. Ese primer día me extrajeron una cantidad menor a la normal pero aun así, la sensación fue muy gratificante. No te notas diferente, solo te quedas con la satisfacción, con la experiencia y con que en algún momento tu sangre le servirá a otra persona y quizás algún día, seas tú el que necesite la sangre de otra persona.
Hoy hace dos semanas me llegaba a casa una carta del Banco de Sangre y Tejidos de Aragón. Ya habían pasado cuatro meses de mi primera donación y mi punto de donación “habitual” volvía a abrirse. Doné de nuevo, un poco menos nerviosa pero igualmente gratificada.